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Serafín Fanjul

¿De dónde son los firmantes?

La autoridad moral y cultura política de un bailarín, un pintor o una galerista no tienen por qué ser superiores a las de taxistas, fontaneros o celadores de prisiones

"Mamá, yo quiero saber / de dónde son los firmantes, / que lo’encuentro muy galantes / y los quiero conocer, / con sus trovas fascinantes / que me las quiero aprender..." Demos las gracias al son cubano por cedernos el cañamazo del texto y sin peligro de que nos caiga la SGAE en la yugular, chupándonos la sangre como buenos vampiros y reclamándonos derechos de esto y aquello: por esta vez no cobrarán, al menos en metálico.

Hace días, una muchedumbre de intelectuales ha expresado su adhesión inquebrantable a Rodríguez –luz y Guía de nuestra existencia– y pocas jornadas más tarde otro mogollón de "trabajadores de la cultura", más modestos al parecer que los antifascistas abajo firmantes de la primera tanda, algunos repetidos o repetidores, saltan a la arena electoral y no sabemos si con ansias de emular a don Tancredo o al Bombero Torero, arropan el buen rollito contra la "turba humillante", las "gentes imbéciles del PP" y otros malvados que no vemos muy claro el papel de juez, voz y conciencia de la sociedad española de quienes se autoproclaman representantes de la cultura de nuestro país. Por sus obras los conoceréis: ¡vaya cine!

Estas irrupciones, no por esperadas menos aburridas, forman parte del cortejo obligado que el PSOE dispone siempre que sale en procesión, como una gabarra carbonera deja su estela de aguas sucias, sobre todo navegando en cenagales. Y empiezan las preguntas: la primera es quién ha pagado la publicidad a toda página que "los trabajadores de la cultura" han difundido (no me creo que hayan cotizado a escote); la segunda es si en España –"en este país" suelen decir para eludir un nombre tan indeseable– existe tal multitud de intelectuales, aunque algunos acepten la rebaja a trabajadores de la cultura; la tercera quema mi alma vivamente: ¿las cuidadoras de las guarderías son trabajadoras de la cultura o las vamos a discriminar con inicuos criterios clasistas? También preguntaría por las obras impresas, grabadas, filmadas, esculpidas, pintadas, erigidas, planeadas o siquiera soñadas que la inmensa mayoría de los firmantes ha realizado en su vida.

Oiga, con tal de firmar junto a Juan Goytisolo o Mercedes Sampietro, tropecientos mil trabajadores de la cultura no se van a perder en tiquismiquis de si Ramoncín o Concha Velasco (Conchita, en tiempos del general) entran en esa categoría tan delicuescente y vaga de "intelectual". Profesionales de honrados y necesarios oficios (maquilladoras, electricistas, ayudantes de fotografía, o el que lleva los bocadillos) se consideran trabajadores de la cultura y bueno está el asunto, aunque el prosopopéyico sintagma proceda del léxico del PCE en los tiempos de la transición, que es como los Tiempos del Cólera pero sin Cartagena de Indias, que es notable diferencia (y mala).

Los abajo firmantes aseguran representar a un millón de otros trabajadores como ellos, con lo cual nos amenazan con su primo el de Zumosol, cuyas meninges y neuronas no sabemos cómo andan, aunque está claro que membrudo sí es el chico. Quizás con eso del millón –en español, antaño, se decía "cuento"– palien el poco impacto, la escasa impresión que nos produce enterarnos de que Margarita Gutiérrez, Tomy Salcedo, Caliche (que suponemos no es el nombre de un perro, sino un alias artístico), Vanesa Lechuga, Los Ruquilambos o Bemba Blanda (un poner) se manifiestan acérrimos enemigos de Rajoy, de sus pompas y sus obras; del Maligno, vaya, en versión laica. Han marrado el gancho y no nos han noqueado porque, aun ignorando si los catedráticos de Universidad o los académicos de la Historia merecemos formar en tan exquisita tropa intelectual, seguimos pensando que la autoridad moral y cultura política de un bailarín, un pintor o una galerista no tienen por qué ser superiores a las de taxistas, fontaneros o celadores de prisiones y en especial porque esta universidad –miren el diccionario, intelectuales– de las artes hispanas actuales sólo nos está demostrando su extraordinaria habilidad para poner el cazo.

Y no es que el arriba firmante no haya suscrito nunca manifiestos y cosas por el estilo, aunque me estoy quitando, pero nunca a favor del detentador de los pasteles, que premia a los buenos y castiga a los malos (que se lo digan a Carlos Cano), como el Dios remunerador del padre Ripalda: la CEA (Cofradía de Estómagos Agradecidos) sigue ampliando plantilla.

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