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EDITORIAL

Predecir es muy difícil, especialmente el futuro

Cualquier opción como la que ahora prefieren los políticos de racionar la energía sería destruir nuestra prosperidad y la de nuestros descendientes para dejarles en herencia un planeta básicamente igual. No parece una buena inversión.

El estudio de dos expertos en técnicas estadísticas de predicción que niega la validez de la mayoría de los pronósticos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC) sirve sobre todo para poner de relieve uno de los trucos más infames empleados por este organismo. La artimaña consiste en incluir términos que parecen indicar que hacen predicciones con mayor o menor grado de certeza, y que así son recogidos por los medios de comunicación, para luego lavarse las manos cuando reciben críticas de científicos como Armstrong y Green asegurando que en realidad no hacen "predicciones" sino "proyecciones".

¿Cuál es la diferencia? Bueno, las proyecciones son predicciones condicionales, es decir, responden a preguntas del tipo "¿qué pasaría dentro de tanto tiempo si pasa esto?". Los climatólogos simulan distintos escenarios, con distintas hipótesis de emisiones de gases de efecto invernadero aplicadas a diferentes modelos de cómo funciona el clima y obtienen distintos resultados. Llamar a eso "predicción" es, sin duda, ser muy optimista y muy poco riguroso. De ahí que se cuiden muy mucho de hacerlo, pero de tal manera que todo el mundo piensa que en realidad sí están pronosticando el futuro.

Nuestra posición es bien clara. Ya está demostrado que hubo un ligero aumento de temperaturas el pasado siglo y que la emisión de gases de efecto invernadero tiene un peso directo en ella, aunque pequeño. Pero para pasar de eso a afirmar que el hombre es el principal responsable, que el calentamiento va a ir a más en el futuro y, sobre todo, que hay que actuar limitando las emisiones de CO2 (algo que actualmente significa racionar la energía) hay que hacer muchas suposiciones extra, que aún no tienen una base sólida. Ignoramos por completo cómo estaría el clima de aquí a cien años sin emisiones humanas; bien podría ser que la variabilidad natural ofreciese un enfriamiento. Entonces, ¿para qué actuar?

Por otro lado, resulta un poco presuntuoso asumir que vivimos en el mejor de los climas posibles cuando durante la historia conocida de la humanidad los periodos de calentamiento siempre se han asociado con una mayor prosperidad. Además, los costes de actuar ahora, como parece exigir todo el mundo, son muchos y de escasa utilidad. Kyoto no haría sino atrasar seis años, de 2100 a 2106, el calentamiento proyectado por los modelos del IPCC a un coste mucho mayor que el de adaptarnos a un clima más cálido. La industria española ha advertido ya de la cancelación de futuros proyectos, la deslocalización y la pérdida de cientos de miles de empleos como resultado inevitable de los planes de racionamiento energético.

Sería mucho más racional esperar y observar el avance de la climatología así como de la certeza de sus predicciones mientras nos preparamos por si acertaran. Por ejemplo, invirtiendo en el desarrollo de filtros de CO2 que permitan evitar las emisiones industriales a un precio razonable o en la investigación de fuentes energéticas como la nuclear, la de fusión o la solar, que pese a que actualmente es tremendamente ineficiente y sólo se emplea porque el Gobierno obliga o subvenciona, tiene unas posibilidades de mejora de las que carece, por ejemplo, la eólica.

Cualquier otra opción como la que ahora prefieren los políticos de racionar la energía sería destruir nuestra prosperidad y la de nuestros descendientes para dejarles en herencia un planeta básicamente igual. No parece una buena inversión.

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