Menú
José Vilas Nogueira

El recurso a la violencia ilegítima

Parafraseando a don Antonio Machado, las cosas no son porque se vean; son aunque no se quieran ver. Y la vía emprendida por el Gobierno de Zapatero y sus socios, desde el mismo comienzo de la legislatura, es de la misma naturaleza que la nazi.

En un sistema democrático, hay un reparto de tareas políticas. Dicho esquemáticamente, el Gobierno, obviamente, gobierna; la oposición política critica al Gobierno, intentando convencer a la ciudadanía de que ellos lo harían mejor; y, cuando llegan las elecciones, la ciudadanía decide, ya sea ratificando a los gobernantes, ya sea sustituyéndolos por la oposición política.

Uno de los indicios más fiables de que los gobernantes se han instalado en el despotismo se da cuando es el Gobierno el que se centra en la crítica de la oposición, hostigándola con continuas amenazas y permitiendo, cuando no alentando, que grupos violentos agredan a sus líderes, "revienten" sus conferencias y mítines, ataquen a los medios de comunicación que simpatizan con ella, etc. Es conocido el papel decisivo jugado por las Secciones de Asalto nacional-socialistas en la desmoralización de la población alemana, que condujo final y rápidamente a la instauración de la dictadura a partir de un Gobierno elegido democráticamente (y, además, minoritario).

Pueden cerrarse los ojos (también los alemanes, y los gobernantes de otros países democráticos los cerraron ante Hitler). Pero, parafraseando a don Antonio Machado, las cosas no son porque se vean; son aunque no se quieran ver. Y la vía emprendida por el Gobierno de Zapatero y sus socios, desde el mismo comienzo de la legislatura, es de la misma naturaleza que la nazi.

En días pasados han sido acosadas y agredidas María San Gil en la Universidad de Santiago, Dolors Nadal en una universidad de Barcelona y Rosa Díaz en otra de Madrid. Ha habido agresiones ulteriores (y anteriores), pero subrayo las primeras por la coincidencia del sexo de las acosadas y por la coincidencia de la naturaleza de los lugares en los que se produjeron los hechos, síntoma no desdeñable de la conversión de nuestras universidades en centros de adoctrinamiento en el despotismo progre.

Sin embargo, a algunos la cosa les ha hecho mucha gracia: el ex presidente del Gobierno, González, se ha chanceado por las lágrimas de Rosa Díez. En una comparación bastante impropia, este sietemachos sevillano ha alardeado de que él resistió sin una lágrima hostigamientos semejantes. A mí, menos dotado de "gracia", lo que me ha llamado la atención es justamente lo contrario: las agredidas han hecho alarde de su determinación de proseguir su actividad política, sin dejarse influir por estos hostigamientos.

Pero aunque sea encomiable su valor y su determinación, ¿por qué el ejercicio de la oposición política ha de requerir virtudes extraordinarias? Valor y determinación son corolario de convicciones profundas, pero la proposición inversa no se da necesariamente. Tanto la historia como la experiencia cotidiana ofrecen infinitas muestras de gentes de arraigadas convicciones que, no obstante, son pusilánimes. La pusilanimidad tiene causas más psicológicas que morales, más anímicas que intelectuales.

También aquí se manifiesta el diferente papel del Gobierno y de la oposición política. El Gobierno es la instancia encargada de administrar el monopolio de la violencia legítima, propio del Estado. Y entre las funciones que legitiman la existencia del Estado ocupa el primer lugar proteger a todos y cada uno de los ciudadanos, independientemente de sus simpatías políticas, frente a la violencia ilegítima. Limitar esta protección a los miembros y simpatizantes del partido en el Gobierno, a sus asociados y amigos, es una bellaquería moral, signo inequívoco de despotismo.

En España

    0
    comentarios