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Isabel Durán

Debatir con la mentira

Pase lo que pase en las dos citas televisivas que tendrán, sin duda, grandes cifras de audiencia, Mariano Rajoy Brey tiene todas las de perder. Y no porque sea mal candidato, al contrario, sino porque su contrincante juega con las cartas marcadas.

Los Estados Unidos viven con envidiable intensidad las elecciones presidenciales. Acumulan en todo el proceso multitud de debates, primero entre los candidatos de un mismo partido para, tras la selección del líder demócrata y republicano, asistir a los tres grandes debates que se producirán entre los dos presidenciables. El primero de ellos será el 26 de septiembre, habrá un segundo el 7 de octubre y una semana después se producirá el tercero y último. Nadie sabe si serán o no decisivos, pero lo que está claro es que se han convertido en el ADN de la democracia global. El duelo Sarkozy-Royal fue un auténtico espectáculo televisivo que traspasó las fronteras galas.

Ahora les toca el turno a los aspirantes españoles a la presidencia, y aunque formalmente no son demasiadas las diferencias que los separan de los líderes de las potencias occidentales, hay una que se convierte en insoslayable y que hace que cualquier equiparación sea un mero un espejismo. Y es que el inquilino de La Moncloa ha hecho de la mentira el eje de su política y de su forma de gobernar. El candidato del Partido Socialista miente sistemáticamente, miente hasta cuando desmiente. A partir de ahí, cualquier debate de campaña electoral o fuera de ella está viciado de origen y pervierte la esencia misma de la contienda.

Pase lo que pase en las dos citas televisivas que tendrán, sin duda, grandes cifras de audiencia, Mariano Rajoy Brey tiene todas las de perder. Y no porque sea mal candidato, al contrario, sino porque su contrincante juega con las cartas marcadas. Y es que en cualquier país civilizado Zapatero no hubiera podido ni tan siquiera terminar su mandato ante las contumaces mentiras sobre el eje en el que pivotó toda su legislatura: el falso proceso de paz. Habría quedado descalificado como jefe del Ejecutivo y se hubiera tenido que ir a su casa junto con su ministro del Interior y el resto de los implicados en la gran farsa. Aquí, sin embargo, el de León se permite el lujo de contarnos primero que nos ha engañado como a chinos al seguir negociando con los etarras tras los dos muertos de la T-4 para decir después, con total impunidad, que la confesión de su traición le convierte en el presidente más transparente de la democracia.

Zapatero ha estafado a todos, empezando por su propio partido y siguiendo por sus socios de gobierno. Sus pactos con la ETA no estaban en el programa electoral, ni Perpiñán, ni votar a favor de seguir en Irak como lo ha hecho su Gobierno en la ONU en agosto de 2004. Z traicionó a ERC poniéndole los cuernos con CiU en el Estatuto de Cataluña, mintió sobre el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, prometió primarias en su formación política y se las cargó para establecer el más férreo control sobre cada "candidato Z" a lo largo y ancho del país, destituyó al presidente de la Generalitat de Cataluña sin contar con el PSC, prometió talante y concordia y ha sembrado con ahínco talante sí, pero para con los terroristas y los independentistas; hacia los diez millones de españoles que votan al PP les ha aplicado un cordón sanitario que incita a la agresión física.

Sin el valor principal de un político, el de la palabra dada, debatir con la mentira convierte el acto en sí en un mero juego floral sin contenido real alguno. Los debates entre Zapatero y Rajoy serán por tanto mero teatro, meros espectáculos televisivos carentes de valor, que tan sólo sumarán o restarán en lo superficial, en las anécdotas que generen los contendientes. Quince años después de los últimos debates televisados en España, los dos próximos acontecimientos televisivos de la política nacional harán que cualquier parecido con las democracias civilizadas sean mera coincidencia.

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