Menú
Amando de Miguel

El arte del insulto

Diálogo entre Winston Churchill y Lady Astor. Dice ella: "Si fuera usted mi marido, le pondría veneno". Contesta el político: "Si fuera usted mi mujer, lo tomaría".

Lorenzo Martínez me aporta otra anécdota del incisivo Jacinto Benavente, un gayo con personalidad. La historia corre así: "En cierta ocasión otro escritor de la época, José Mª Carretero (El Caballero Audaz) salía del Circulo de Bellas Artes de Madrid y se encontró en la puerta con Benavente. El señor Carretero, que era muy impulsivo, se puso en el centro de la puerta y dijo: 'No cedo el paso a maricones'. Benavente se apartó muy educado y contestó: 'Yo sí'." Añado que era una época menos hipócrita que la nuestra.

Renier Izquierdo de la Cruz (Cuba) me comunica que en la perla de las Antillas "la ofensa por excelencia es ¡me cago en el coño de tu madre!". Lo divertido es que en Cuba no se conoce la palabra tan española de "coño". Es decir, se incorpora a esa maldición sin saber lo que significa. En conclusión, "ningún cubano conoce el significado literal de la ofensa que más se emplea en Cuba". Ni falta que hace, añado yo. Los insultos y palabras gruesas cumplen una función de desahogo. No hace falta entender el significado literal de esas palabras afrentosas. La interjección cubana une maravillosamente tres tabúes: (1) la defecación, (2) las partes pudendas, (3) la mención de la madre.

Maribel Torbeck me envía una amplísima lista de formas elegantes de insulto, sacadas de la literatura inglesa. Selecciono algunas y las traduzco libremente:

  • Diálogo entre Winston Churchill y Lady Astor. Dice ella: "Si fuera usted mi marido, le pondría veneno". Contesta el político: "Si fuera usted mi mujer, lo tomaría".
  • Un debate entre Gladstone y Disraeli. Dice el primero: "Caballero, usted morirá en galeras o de alguna enfermedad vergonzosa". Contesta Disraeli: "Caballero, eso depende de si abrazo su política o a su amante".
  • "Es una personilla muy modesta, con muchas razones para serlo." (Winston Churchill)
  • "No pude asistir al funeral, pero envié una amable carta diciendo que lo aprobaba". (Mark Twain)
  • "Es una persona que no tiene enemigos, pero es despreciada intensamente por sus amigos." (Oscar Wilde)
  • Diálogo entre Bernard Shaw y Winston Churchill. Le escribe el comediógrafo: "Le incluyo dos entradas para el estreno de mi nueva obra; puede ir con un amigo, si es que tiene alguno". Contesta el político: "Me es imposible asistir al estreno. Iré a la sesión del día siguiente, suponiendo que la obra esté todavía en cartel".
  • "Es un hombre hecho a sí mismo que adora a su creador." (John Bright)
  • "No hay nada tan malo en usted que la reencarnación no pueda curar." (Jack E. Leonard)
  • "Es un hombre que ama a la naturaleza, a pesar de lo que la naturaleza hizo con él." (Forrest Tucker)
  • "Su madre debió haberlo tirado cuando nació para quedarse con la cigüeña." (Mae West)

La lista es toda una lección de elegancia y de dominio de la lengua. Me reafirmo en mi idea de que el insulto es una de las bellas artes.

Pedro Campos, siempre tan aguerrido, comenta: "Es pasmosa su ignorancia en cuestiones lingüísticas". No lo sabe usted bien, don Pedro. Recojo su admonición: "Sepa usted que para un aragonés es insultante que lo califiquen de baturro. Y más si a una muchacha aragonesa la llaman moza baturra". Para empezar, no admito esa discriminación sexista. Si baturro resulta insultante, lo es para los dos sexos. Pero se me hace duro reconocer que sea un apelativo insultante. Para mí es más bien cariñoso. Por otro lado baturros son los de Zaragoza, no los de Huesca o Teruel. El insulto está en la intención, no en la palabra. Un baturrico es el zaragozano, como donostiarra es de San Sebastián o charro el de Salamanca. Churro para el de Teruel sí pudo ser en su origen algo despectivo, pero ya no lo es. Qué curioso, el sonido de la erre para todos esos gentilicios populares. Esas personas que ven insultos donde no los hay padecen una extraña enfermedad por la que los dedos se les hacen huéspedes.

Les supongo al tanto, señores libertarios, de los dimes y diretes del justiciero Pedro Campos. Ahora escribe "Contra lo que usted supone, tengo mucho sentido del humor. Me suelo reír bastante de las cosas que usted escribe, con su pretensión de saber de lenguaje... No quiero imaginar los contenidos de su curso sobre lengua, literatura y sociedad, pero imagino que asistir a alguna de sus clases debe ser también desternillante". Vamos a ver, buen hombre, el sentido del humor se tiene porque otros lo ven así, no porque uno presuma de ello. Por otra parte, el auténtico sentido del humor consiste en saber reírse de uno mismo, de sus cosas. Es evidente, don Pedro, que Dios no le ha llamado por ese camino. Respecto a la presunción que hace sobre uno de los cursos que estoy dando en San Antonio, le diré que los alumnos se lo pasan muy bien, aunque supongo que sus ternillas siguen en su sitio. Hay un grupo que me coloca grabadoras para llevarse a casa mis intervenciones (que son de tres horas). Asisten a clase más alumnos de los que están matriculados. Todos ellos se han provisto de la docena de libros y artículos que les he dado para documentarse. Algunos siguen este corralillo de LD y, por tanto imagino que están enterados de la personalidad de don Pedro, dicho sea para la satisfacción del ego de mi facundo adversario.

En Sociedad

    0
    comentarios