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Juan Carlos Girauta

Ante el segundo debate

El efecto que se consigue es el de parar y templar, transmitir a la audiencia una carga irónica y colocar a la defensiva a quien había iniciado el ataque. "¿Así que quieres que hable de eso? Pues ahora verás tú dónde te has metido."

Mariano Rajoy tiene una acreditada solvencia como orador. Algunas memorables intervenciones parlamentarias lo colocan entre los mejores del parlamentarismo español desde la Restauración. ¿Cuenta este activo en un debate televisivo? Sí cuenta, dados los límites a la interacción que impone un formato como el que vimos el lunes pasado y que hoy volveremos a ver, límites que se traducen en una sucesión de pequeños discursos temáticos encerrados entre dos discursillos generales por cabeza.

El Rajoy orador tiene que aparecer ahí. Es verdad que el presidente le interrumpirá a placer, como ya hizo, pero no es menos cierto que con interrupciones más molestas –que incluyen abucheos, pataleos e insultos– se enfrenta cualquier parlamentario cuando sube a la tribuna a ponerle los puntos sobre las íes a sus adversarios. El manejo de tales accidentes forma parte del bagaje del orador competente.

Sin embargo, la mesa no es una tribuna. Los intervinientes se sientan a la misma altura, están frente a frente y el realizador puede subrayar la interacción, incluso pasiva (o sobre todo pasiva) de quien no está en el uso de la palabra. Así que las interrupciones, si la moderadora de esta noche es menos rígida que su predecesor, pueden acabar conduciendo a un verdadero diálogo, a una polémica dialogada. Ello enriquecería el debate.

En realidad, cualquier relajo del encorsetamiento autoimpuesto por los partidos y tutelado por la Academia será positivo. Lo que mayor expectación despierta entre la audiencia de ambos colores, y también en la indecisa, es justamente el cruce rápido, la pregunta conminatoria, la respuesta fulminante.

En este punto debemos preguntarnos si Rajoy es también un buen polemista. Menos que orador, pero sí. En el primer debate gestionó con soltura las frecuentes interrupciones de su contrincante. No sólo no evitó el cruce, sino que usó recursos bien conocidos por los escritores de diálogos: respuestas rápidas a preguntas insidiosas, respuestas que contienen en sus primeras palabras una repetición de los términos clave de la pregunta o de la interpelación.

El efecto que se consigue es el de parar y templar, transmitir a la audiencia una carga irónica y colocar a la defensiva a quien había iniciado el ataque. "¿Así que quieres que hable de eso? Pues ahora verás tú dónde te has metido." Antes de cualquier explicación, la audiencia favorable ya está instalada en el regocijo. Si además la explicación llega, y está lo bastante envenenada, del regocijo se pasa al estallido de alegría. Sólo son reflexiones; Rajoy no necesita más consejos.

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