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Samuel Gregg

Fondos de riqueza soberana

Tales temores tienen cierta lógica. A los gobiernos no les importan tanto los beneficios como a los inversores privados, pero la buena noticia es que esos fondos no han mostrado tener agendas políticas.

La actual escasez de financiación dispara la demanda por el capital disponible. Cuando el sector financiero alrededor del mundo hace grandes esfuerzos por encontrar inversionistas que repongan las pérdidas en hipotecas de alto riesgo, las llamadas subprime, los fondos de riqueza soberana (Foreign Wealth Funds) –aquellos que invierten dinero del Gobierno– están aprovechando la oportunidad de comprar acciones y hacer colocaciones en grandes bancos, bolsas de valores y fondos que invierten en compañías privadas que no se cotizan en la bolsa.

Los fondos de riqueza soberana son inversiones estatales realizadas en el extranjero, como la Corporación de Inversiones de China, la Autoridad Inversionista de Qatar y la del mismo nombre en Dubai, que han efectuado inversiones en el extranjero por unos 3 billones de dólares. Eso equivale apenas al 2% de los activos que se intercambian alrededor del mundo, pero es un 2% actualmente disponible para inversiones.

Por eso no nos debe sorprender que las instituciones financieras de occidente, sedientas de financiación, estén llamando a la puerta de esos fondos. La revista The Economist reportó que fondos de riqueza soberana de Kuwait, Corea del Sur y Singapur aportaron casi todos los 21.000 millones de dólares invertidos en Merrill Lynch y Citigroup, dos de los bancos que perdieron miles de millones en la crisis crediticia.

En el último año, los fondos de riqueza soberana del Medio Oriente han adquirido altas participaciones en la operadora de bolsas OMX de países nórdicos y del Báltico. El banco suizo UBS recibió una aportación de 9.720 millones de dólares de Singapur, mientras que el Grupo Blackstone recibió 3.000 millones de dólares de China.

El tamaño de esas inversiones ha causado muchas especulaciones por parte de analistas políticos y financieros. Hasta ahora no se nota ninguna xenofobia, pero siendo este un año electoral en Estados Unidos, cabe preguntarse cuándo empezará.

Esas inversiones deben ser bienvenidas porque representan un reciclaje de capital de una región del mundo a otra, demostrando la integración del mundo en desarrollo a la economía global. Todos esos petrodólares están aportando el capital requerido por las economías occidentales y es una positiva demostración de cómo los mercados libres permiten que el exceso de ahorros de una región se transfiera a otras economías que los necesitan. Desde luego, es mucho mejor que tener a bancos centrales imprimiendo billetes o a gobiernos pidiendo prestado, con déficit presupuestarios y aumentando los impuestos.

También es una buena señal que las naciones en desarrollo no estén malgastando capitales en monumentos y guerras, sino invirtiendo en las economías de Norteamérica y Europa Occidental. Como explicaba el filósofo francés Alexis de Tocqueville hace 150 años, la difusión del intercambio comercial entre culturas diferentes aumenta las probabilidades de una paz duradera.

Un temor que cada vez se deja oír más es que los fondos de riqueza soberana puedan estar más sujetos a consideraciones políticas que las empresas privadas, especialmente cuando son controlados por árabes o por regímenes oficialmente comunistas como el de China.

Tales temores tienen cierta lógica. A los gobiernos no les importan tanto los beneficios como a los inversores privados, pero la buena noticia es que esos fondos no han mostrado tener agendas políticas. El pragmatismo parece ser la norma en Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes. Y al igual que ha sucedido con empresas estatales como las compañías eléctricas en Estados Unidos y Europa, es probable que estos fondos estatales se transformen gradualmente en empresas privadas que coticen en bolsa.

Sería absurdo que las naciones desarrolladas apoyen el libre mercado y el libre intercambio, pero al mismo tiempo impongan regulaciones y barreras a las inversiones extranjeras. El enfoque debe ser combatir las actividades de fundamentalistas islámicos, antisemitas y anticristianos que atacan los derechos de las mujeres.

La integración financiera a través de las fronteras beneficia a todos, lo mismo que la tolerancia religiosa que reconoce diferencias sin insultar a quienes tienen otra religión o no son creyentes. Esa es una globalización que falta.

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