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Antonio Sánchez-Gijón

Adiós a las ilusiones sobre la UE

Cuanto antes entiendan los europeos la razón de sus reticencias de fondo a las pretensiones turcas de ingreso en la UE y Turquía la naturaleza ilusoria de tal pretensión, antes llegaremos a un mundo más racional y realista.

Las recientes acciones militares de Turquía en el Kurdistán iraquí reducen sus posibilidades de ingresar en la Unión Europea. La aceptación de la candidatura turca a la Unión, en su consejo de Helsinki de 1999, está demostrando ser una idea fuera de la realidad.

No es que los europeos repudien los castigos del ejército turco a unos grupos guerrilleros que la UE tiene clasificados como organización terrorista (el PKK kurdo). Es que las acciones del ejército turco en el norte de Irak hacen evidente la incongruencia de trasladar una agenda geopolítica típica del Oriente Medio a un espacio europeo dominado y dirigido por un grupo de países de la mitad occidental de Europa. ¡Era lo que le faltaba a la dubitativa y futura política exterior y de defensa de la Unión, hacerse cargo de los conflictos étnicos, tanto internos como externos, de Turquía!

La idea de la incorporación de Turquía a la UE, además, entra en conflicto, si no es que choca frontalmente, con las circunstancias del momento político-constitucional que vive ese país.

El momento viene definido por una profunda transformación de las bases socio-políticas de Turquía. De ella puede salir un país más confiado en sus propios recursos ideológicos y políticos para afirmarse, no en términos de "ser Europa" o parte de Occidente, sino de "ser Turquía" en el significado profundo y largo de esa expresión: un orbe en sí mismo, un centro de poder con proyección sobre vastas regiones de Asia y aún de Europa.

Esa transformación socio-política ha sido liderada por el actual partido gobernante, Justicia y Desarrollo (AKP), que ha promovido y estimulado las expectativas de nuevas capas de población provenientes del traspaís rural. Se trata de sectores ansiosos por incorporarse a los circuitos modernos de desarrollo empresarial, industrial y educativo, como nuevas capas de clase media que no deberán nada a las estructuras burocráticas, oficialistas y nacionalistas del estado fundado por Kemal Atatürk. Unas capas que, al mantenerse fieles a sus devociones tradicionales, afianzan su alianza con el poder democráticamente formado en el 2002, y confirmado de forma arrolladora en las elecciones de octubre del pasado año, que dieron el triunfo al partido islamista liderado por Tayip Erdogan. Un crecimiento medio sostenido del 7 por ciento anual y el doblegamiento de la inflación galopante de los años 90 han hecho posible esos cambios.

La autoconfianza económica ha ayudado a reducir las expectativas sobre la Unión Europea. Si en el 2004, año del inicio de las negociaciones de ingreso, el apoyo a esta idea era del 67% de la población, en el 2007 se había reducido al 32%.

Podrá parecer extraño a nuestra mentalidad, pero la insistencia de la UE en que el papel de la institución militar en la política interna turca debe reducirse como requisito previo para el ingreso puede haber producido un efecto disuasorio sobre su opinión pública. Las fuerzas armadas son la institución más valorada por los turcos; la mayoría es favorable a que mantengan un papel de garantes de los procesos políticos y de la unidad del país.

Esto plantea la cuestión de cómo compatibilizar el programa de reislamización mitigada, favorecido por el partido del Gobierno, con el carácter activamente laicizante del ejército y de las estructuras burocráticas y judiciales. Las claves de su equilibrio y hasta de su colaboración residen en la disposición de cada parte a entrar en compromisos. AKP es el partido dominante en las regiones kurdas de Turquía, y en gran parte debe su triunfo en ellas a su agenda religiosa conservadora. El eje gobierno-mayorías kurdas ayuda, pues, a reforzar la unidad del país, efecto que sin duda no puede sino ser apreciado por los militares.

El AKP, desde luego, sabe cómo ganar batallas sin provocar la reacción de los militares, como demuestra la polémica elección del islamista militante Abdulá Gül como presidente y la ley autorizando el velo en las universidades. La intervención en Irak, anunciada por el ejército en abril del pasado año como una conminación al Gobierno, se ha llevado a cabo (y se ha terminado) sin un levantamiento de cejas por parte de Erdogan y con el beneplácito de parlamento y opinión pública. El mismo hecho de que la intervención armada en Irak se haya llevado a cabo contra la opinión de los norteamericanos, primero, y con su renuente colaboración después puede considerarse un éxito popular tanto del Gobierno como del ejército.

Todo esto apunta a un reforzamiento de la confianza de las autoridades políticas y militares turcas en que podrán encontrar un equilibrio interno, en su camino de reformas económico-sociales, por un lado, y militares por otro, para fundar idealmente una "Segunda República", al tiempo que demarcan para Turquía una esfera autónoma de influencia internacional, obviando así la necesidad de satisfacer las exigentes demandas de la UE, de democratización liberal "a la europea", y de seguir al pie de la letra las conveniencias de Washington. El tempo y el alcance de la necesaria democratización de la vida turca depende, desde ahora, más de los compromisos internos que de las demandas externas. Y, desde luego, la urgencia del momento no es la democratización institucional. Nada mejor refleja el cambio operado desde que, en los 90, se lanzaron las grandes expectativas sobre Europa que los comentarios de los jefes militares de entonces y ahora: aquél, general Kivrikoglu, dijo que "para nosotros la UE es una necesidad geopolítica"; el hasta ahora jefe militar, general Büyükanit, se ha contentado con decir que Europa "es el camino de Atatürk y nosotros no podemos estar contra la UE".

Estos cambios podrían tener un impacto inusitado en el mundo musulmán si se acompañaran de una reforma de la teología islámica, como el que parece perseguir una iniciativa puesta en marcha en Ankara, simultánea con la polémica del velo y la intervención en Irak, por el Diyanet, la institución oficial religiosa turca. Se trata de lo que se ha calificado como "una revisión radical de los textos islámicos", en el sentido de depurarlos de todas las adherencias añadidas por el tiempo y las tradiciones culturales de los pueblos islámicos al Corán, y que han servido para justificar las disposiciones más retrógradas de la sharia.

La dinámica producida por la confluencia de todos esos factores es relevante para Turquía, no para Europa, y su proyección natural se halla en su entorno geopolítico, no en Occidente. Cuanto antes entiendan los europeos la razón de sus reticencias de fondo a las pretensiones turcas de ingreso en la UE y Turquía la naturaleza ilusoria de tal pretensión, antes llegaremos a un mundo más racional y realista.

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