Ese orgasmo social y democrático,
ese rojizo éxtasis frenético,
ese gustirrinín casi soviético
y ese deleite crespo y emblemático.
Ese "que voy" convulso y melismático,
ese sismo vibrante y apoplético,
ese babeo parvamente estético
y ese arreón impúdico y prostático.
Ese espasmo no sé si sodomítico,
ese temblor carnal pero político,
que acaba en un pispás (o en un paspís).
Ese furor sensual y apoteótico,
tan gubernamental como patriótico,
te lo provoca el macho José Luis.