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Dario Migliucci

Entre mafias y gremios, Italia sigue desatendida

La mafia es de hecho la "empresa" italiana más rica, una organización que cada año mueve más de 90.000 millones de euros (es decir, el 7% del PIB italiano) y que con sus tentáculos consigue emponzoñar todos los sectores de la vida civil y financiera.

La Italia que se prepara para las elecciones generales de mediados de abril es una nación en graves dificultades que en los últimos tiempos ha perdido la confianza en sí misma. Es un país en el que los ciudadanos ya no creen en las instituciones, un país que parece vivir permanentemente en el punto de mira de la prensa extranjera y los organismos internacionales.

En particular, lo que más alarma genera es la situación económica. La deuda pública sigue siendo una de las más altas del mundo y el crecimiento económico es el más bajo de Europa. Un escenario desasosegador en el que los empresarios no logran ser competitivos y los trabajadores padecen un constante empobrecimiento.

Los gobiernos que se han sucedido en Roma durante los últimos años no han logrado solucionar la situación. Cada Ejecutivo aprobó pequeñas disposiciones para que la nación no se hundiera súbitamente, pero ninguno logró llevar a cabo las grandes reformas que el país necesita para recuperar el norte.

De hecho, hacen falta medidas drásticas para que la nación vuelva a levantarse y, sobre todo, es necesario percatarse de cuáles son las auténticas prioridades. Además, es preciso sacar el valor de enfrentarse a los verdaderos retos.

Lo primero que el país necesita es una reforma de la ley electoral que permita a Italia gozar de gobiernos que puedan durar una legislatura entera sin tener que someterse a los chantajes de los partidos minoritarios. El contexto actual –que ha producido 59 Ejecutivos en 60 años de República– no permite a ningún presidente de Gobierno cumplir con sus compromisos.

Además, es preciso poner en marcha medidas impopulares y sin embargo necesarias que puedan acabar con el sistema de "castas" que bloquea todas las tentativas de variar el rumbo. Cada categoría de trabajadores (obreros, médicos, periodistas, taxistas...) tiene su propio sindicato o asociación y amenaza con paralizar el país cada vez que se rozan sus asombrosos privilegios. Así es imposible llevar a cabo ninguna reforma económica.

Sin embargo, la verdadera prioridad italiana es la lucha contra el crimen organizado, ya que la economía de Italia no podrá volver a levantarse si antes no se derrota al hampa. La mafia es de hecho la "empresa" italiana más rica, una organización que cada año mueve más de 90.000 millones de euros (es decir, el 7% del PIB italiano) y que con sus tentáculos consigue emponzoñar todos los sectores de la vida civil y financiera. Parece mentira que ningún partido en la historia de la República haya puesto entre sus prioridades la derrota de la mafia, una organización que además ha asesinado a cerca de 2.500 personas tan sólo en los últimos diez años.

Si no se alcanzan estos tres objetivos todos los esfuerzos para poner fin a las crisis económicas seguirán siendo vanos. Un Gobierno que no tenga que someterse a los caprichos de los partidos minoritarios, ni a la voluntad de los gremios ni acogotarse ante los chantajes de las mafias tendría las manos libres para afrontar unas reformas con resultados pasmosos. Se podría por fin crear una economía flexible en la que los empresarios pudieran volver a producir riqueza, se podrían bajar los impuestos, reducir el gasto público, invertir dinero en investigación y desarrollo y en las infraestructuras que tanta falta le hacen al país.

Es desconsolador tomar conciencia del hecho de que ninguno de los partidos que se presentan a las próximas elecciones generales haya tomado seriamente en cuenta estas prioridades. La sensación es que a los políticos italianos les falta el coraje para tomar el toro por los cuernos, ya que no quieren enfrentarse contra la mafia ni se atreven a tomar medidas impopulares, demostrando que anteponen su permanencia en el poder al bien de la nación. Por desgracia, la falta de confianza de los ciudadanos hacia los políticos parece cada día más justificada.

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