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Amando de Miguel

De las campañas electorales, líbranos, Señor

Eso de que los emigrantes pueden votar en el extranjero es la gran estafa.

Supongo que mi comentario llega a trasmano, pero mi propósito no es el de incidir en la campaña electoral (llego tarde), sino dejar testimonio. Me refiero al primer debate entre Zapatero y Rajoy. Visto a 8.000 kilómetros de distancia, la impresión de conjunto adquiere cierto interés. Respecto al contenido, no hay color, que diría el castizo. Rajoy es un estadista y Zapatero un pobre diablo, mendaz y resentido. Me niego a caer en la trampa de entender el debate como una competición de "suma cero" (= un ganador y un perdedor).

Respecto a la forma, o mejor, el formato, no puedo menos que comparar ese debate con el que vimos aquí el día anterior entre Obama y la Clinton. Debo hacer constar que ninguno de los dos es un santo de mi devoción. Por eso mismo se me creerá si digo que ambos estuvieron ágiles, espontáneos; contestaron a las comprometidas preguntas que les hacían los periodistas; ninguna leía nada porque se sabían la lección. Es decir, el certamen era un verdadero debate y eso que los dos pertenecen al mismo partido y casi a la misma facción (socialdemócrata, según nuestra terminología).

En cambio, Rajoy y Zapatero daban la impresión expresa de leer lo que otras personas les habían preparado, lo cual resulta lamentable. Y luego esa traca final de Rajoy, incomprensible, que fue utilizar el femenino como genérico: esa niña que va a nacer y que luego será mujer. Sentí vergüenza. Es como si Antonio Machado hubiera dicho: "Españolita que vienes al mundo, etc.". O sea, que cuando Rajoy se refirió a "los españoles" por extenso ¿no incluía a las mujeres? Rajoy tendría mi voto si pudiera votar, pero por favor que no siga por ese camino de lo políticamente ridículo. Por lo demás, Zapatero no puede representar más a uno de los países más dinámicos del mundo.

Miguel Ángel Taboada me envía copia de una carta que ha enviado al dueño de las Bodegas San Clodio, José Luis Cuerda, que es también un afamado cineasta. Por lo visto, don José Luis ha dicho de los que votan al PP que son "la turba mentirosa y humillante, que piensa desde su imbecilidad". Don Miguel Ángel concluye su carta: "Ya que soy un imbécil, aunque su vino está muy bueno, nunca más lo consumiré. Y este mismo correo se lo voy a reenviar a todos mis conocidos y amistades solicitando que hagan lo mismo que yo". Me sumo al boicoteo. Añado otra cosa molesta en la frase de don José Luis: ese terrible "desde".

Me llega una carta aterradora de una experiencia de la emigración. La escribe Rafael Gabeiras:

Querido Amando, Fui residente en Namibia durante nueve años y a pesar de estar inscrito en el consulado nunca pude votar en unas elecciones. Creo que en ese periodo me perdí, entre generales, autonómicas y municipales, nueve convocatorias. Lo más sangrante es que me llegaba la documentación...tarde o muy tarde. A veces unos días, a veces unas semanas, a veces nunca. No creo que el PP reciba su voto. Habrá que hacer un esfuerzo extra. Una vez me dije, ¡qué demonios! Si un hombre (en mi caso expatriado) no es un voto, comprobare si un billete lo era. Y lo era. Me fui en avión un sábado, voté y regresé el domingo. Debió de ser el voto mas costoso en tiempo y dinero del PP. El vuelo eran 16 horas contando las escalas. Un abrazo, Rafael Gabeiras.

Cuando esto escribo, es llegado el día de los comicios generales. Hace un mes hicimos unos cientos de kilómetros para trasladarnos hasta el consulado español más cercano y rellenar los correspondientes formularios con el objeto de poder votar. Por cierto, en el consulado nos atendieron con suma diligencia y simpatía. Pues bien, don Rafael tiene razón: las papeletas no han llegado. Eso de que los emigrantes pueden votar en el extranjero es la gran estafa. Un colega español de la Universidad de San Antonio ha hecho lo que don Rafael: ha agarrado el primer avión y se ha trasladado a Madrid para poder votar.

Padre Victorino me envía un chiste que puede venir muy bien para desengrasar después de la ordalía de la campaña electoral:

Un hombre entra en un restaurante de última moda y sale a recibirle un
robot, perfectamente vestido de maitre, que le dice:

– Lo siento, señor, pero todas las mesas están ocupadas y tendrá usted que
esperar una media hora. Estoy perfectamente programado y, si usted lo
desea, mientras la casa le invita a una copa en la barra, podemos conversar
un poco, para que la espera sea más agradable.
– De acuerdo –, dice el cliente sorprendido.
– ¿Le importa decirme cual es su coeficiente Intelectual? – pregunta el
robot-maitre.
– Es de 160 –, responde el cliente. Y durante los treinta minutos siguientes,
el robot dialogó con soltura amenidad sobre los últimos acontecimientos
culturales, la economía mundial, analizando sus previsibles tendencias y
sobre los más recientes avances científicos y tecnológicos.

El cliente queda muy impresionado y, al cabo de unos días, decide volver,
pero, para ver cómo reacciona el robot, le dice tener un CI de 85. El robot
estuvo los treinta minutos de espera hablando del desarrollo de la liga de
fútbol, los triunfos internacionales del deporte español, y también de los
últimos programas de televisión.

Lleno de curiosidad, por tercera vez vuelve el cliente a los pocos días y
ahora, a la pregunta del robot, responde que tiene un CI menor de 35.
El robot comienza a hablarle despacito y le dice:

– Así que volveremos a votar a Zapatero, ¿no?

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