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Por supuesto que sí

Vencer es tener un Irak democrático, una derrota islamista y por ende un mundo más seguro. La derrota significa dejar un Irak sumido en el caos, una humillación para las democracias y una sociedad occidental de la que los terroristas se mofarán.

Se cumplen cinco años desde la invasión de Irak. Una oportunidad para algunos y una pesadilla para otros de volver a debatir los pros y los contras de la guerra, los costes y los beneficios, quienes han sido ganadores y quienes perdedores, si fue ilegal, inmoral, ilegítima e innecesaria, y sus consecuencias. Consecuencias para los 25 millones de iraquíes que se libraron de las garras del sangriento Saddam (no haber encontrado armas de destrucción masiva no anula todas las demás razones por las que se le atacó); para las tropas estadounidenses desplegadas allí con los pertinentes cambios de estrategia; para las arcas de los gobiernos que están comprometidos con el país; para las futuras guerras gracias a las lecciones aprendidas; y cómo no, para las secuelas políticas y diplomáticas.

Para los acérrimos detractores sólo hay una consecuencia: los males del mundo de los últimos cinco años, desde el terrorismo, pasando por los precios del petróleo, Irán o hasta las crisis económicas son consecuencia directa e indirecta del hacer de Bush y de su guerra en Irak. El caso es que tanto el terrorismo como las crisis económicas son anteriores a esta guerra. ¿Qué harían si no hubiera existido Irak, a quién le echarían la culpa? Seguramente ni lo han pensado. Desde los demócratas de Estados Unidos a la izquierda española, la progresía tira por el camino más fácil, escabulléndose en vez de afrontar algún correoso tema de la actualidad internacional, usándolo aún para arañar algún voto.

Pero la guerra de Irak, y sus cinco años posteriores con sus éxitos y con sus fracasos, no deben permanecer ocultos, sencillamente porque no hay nada de que avergonzarse. Es necesario recordar en este aniversario que, como guerra que es, sólo cabe ganar o perder. Vencer es tener un Irak democrático, una derrota islamista y por ende un mundo más seguro. La derrota significa dejar un Irak sumido en el caos, una humillación para las democracias y una sociedad occidental de la que los terroristas se mofarán. ¿Hay que ganar la guerra en Irak? Por supuesto que sí.

Lo que la izquierda trata de silenciar es que la situación ha mejorado considerablemente en el último año, sobre todo en términos de violencia y seguridad, gracias a la estrategia llevada a cabo por el general Petraeus. Lo que no quiere decir que no queden aún cosas por hacer. Pero hay más. Según una última encuesta, en Estados Unidos crece el número de estadounidenses que creen que el esfuerzo militar de sus tropas está marchando bien, y una mayoría piensa que Estados Unidos saldrá con éxito de Irak. ¿Hay posibilidades de ganar? Por supuesto que sí.

Los iraquíes son más optimistas que hace unos meses, disminuye el número de quienes quieren que los estadounidenses salgan de Irak de forma inmediata, y crece el número de los que apoyan al Gobierno de Bagdad. Todo esto es sin duda importante, porque una parte importante del éxito en Irak depende de los propios iraquíes, y porque para ellos, y para las tropas estadounidenses, cinco años han sido una eternidad. ¿Mejora el optimismo de los iraquíes? Por supuesto que sí.

Para sus detractores, para los que usan la guerra de Irak como arma arrojadiza, para los que ni siquiera se preocupan por saber que les pasa por la cabeza a los propios iraquíes y a los que allí combaten, cinco años han sido poco más que un suspiro. Para el resto, ahora es el momento de empezar a hacer cuentas, a contar quienes estaban diciendo qué en qué momento, quien hizo lo correcto y quien no. ¿Hay que atreverse a reivindicar una victoria en ciernes? Por supuesto que sí.

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