La derrota del centro-derecha en las pasadas elecciones generales ha dejado el sabor agridulce de que el PP ha aumentado en votos y escaños con respecto a los anteriores comicios, pero el PSOE también, hasta el punto de iniciar una legislatura repitiendo más cómodamente en el Gobierno.
En Génova el sabor agridulce se ha traducido en unas moderadas ansias de renovación, que afectará a buena parte del equipo de Rajoy pero sin menoscabar su liderazgo, y en unas dudas hamletianas sobre la dirección estratégica de la oposición: más dura o más moderada, sostenida o in crescendo, etc.
Aunque ya me he manifestado sobre la conveniencia de que Rajoy repita siempre que proceda a una renovación generacional en la dirección del PP, conviene no reducir al nominalismo el debate del próximo congreso popular. El PP debe centrar su reflexión colectiva, en efecto, en la estrategia a seguir, lo que con toda seguridad implicará también redefinir el modelo del centro-derecha nacional.
Los estudios demoscópicos coinciden en mostrar al electorado del PP a la izquierda de la imagen que ofrece el propio partido. De ahí que algunos postulen cierta moderación dialéctica frente al Gobierno y el PSOE, hasta el punto de que incluso se estén planteando no votar negativamente la investidura del candidato socialista: todo un desatino para un partido que, además de encabezar la oposición parlamentaria, ha sostenido una y otra vez durante esta campaña electoral que Rodríguez Zapatero es un mentiroso redomado.
La receta, para esta corriente táctica de dirigentes del PP, es sencilla: hay que ampliar el caladero electoral hacia el centro modificando la imagen percibida del partido y de sus dirigentes, ya que el denominado voto estructural, es decir, el situado en niveles de autoidentificación más a la derecha, se muestra fiel habida cuenta de que, al menos de momento, puede más su deseo de desbancar a los socialistas del poder que el hipotético interés de castigar a un partido que consideren demasiado blando.
Sin embargo creo que, de imponerse esa estrategia en el congreso del PP, sería errar gravemente el tiro en el análisis. Estarían mirando el dedo pero no el bosque. En efecto, esta línea argumental concede gran importancia al posicionamiento parlamentario e institucional del partido, de suerte que es en ese frente en el que hay que modular el mensaje para "centrar" la imagen, olvidándose de que los medios de comunicación y especialmente los audiovisuales, en buena medida hostiles al PP, son los que tienen la última palabra en la aplicación de esta estrategia. El PP no es dueño de la imagen que perciben los ciudadanos: en todo caso, y siguiendo la teoría general del lenguaje, pueden ser los emisores de la misma (mensaje), pero entre el emisor y el receptor debemos tener en cuenta el canal (los medios) y el contexto (la actuación política de socialistas y nacionalistas).
De cuanto expongo se puede extraer la conclusión aparente de que el PP no sólo debe moderar su discurso, sino que además debe cambiar de estrategia en relación con los medios de comunicación. No seré yo quien piense lo contrario respecto de esto último, aunque no creo que ese elemento deba ser el fundamental en la nueva estrategia del centro derecha. Entre otras razones porque dos no se van a poner de acuerdo si uno de ellos (las empresas de los medios) no quiere, en el caso de los medios más próximos ideológicamente a la izquierda; o no puede, en el caso de los menos cercanos al PSOE, porque sus cuentas de resultados dependen en exceso del poder que, hoy por hoy, detentan los socialistas.
No. Definitivamente esto de hacer una oposición más radical o más moderada, de dibujar una imagen más centrista, no es el debate de fondo que tiene que resolver el PP en junio. Hay cosas más importantes, de las que hablaré en el próximo artículo.
