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Mark Steyn

Negándose a luchar en la guerra de verdad

La izquierda feminista occidental es como esos tipos japoneses perdidos en una isla del Pacífico que no saben que la guerra ha terminado.

Por razones que sólo conocen sus editores, el diario británico The Guardianha estado publicando extensos extractos de El sueño terrorista: miedo y fantasía en la América Post-11 de Septiembre, de Susan Faludi. Hace una semana y media, a mitad de uno de los nada menos que tres extractos (más entrevistas) publicados en la edición del día, me encontré esto, que se remonta al otoño del 2001:

Librar la guerra entre sexos parecía preocupar también a Mark Steyn en su artículo del 19 de noviembre en National Review en el que denunciaba a los partidarios del Estado niñera gigante (destacando entre ellos a "'Hillary y compañía") por haber castrado al varón americano en el aire igual que ellos lo hacían en la Tierra. La cabina de un avión de pasajeros era "el símbolo perfecto" del "Estado socialdemócrata moderno", escribía, gracias a una directiva de seguridad aérea que privaba a los pilotos de sus armas y a una oligarquía de azafatos en cada avión cuyos dictámenes tienen que ser obedecidos...

Sabes, Susan, en ocasiones el mundo no gira a tu alrededor. No escribía sobre "la guerra entre sexos", sino acerca de "la guerra" (ya sabes, esa que implica miles de cadáveres en Nueva York y terroristas suicida inmolándose por Kabul y Kandahar). Ya sabes, guerra en sentido no metafórico. Pero si te pasas toda la vida tratando la guerra sólo como la típica metáfora tonta izquierdista (el anterior libro de Faludi se llamaba Contraataque: la guerra no declarada contra la mujer) supongo que se hace difícil recordar que ha existido en algún momento una de otro tipo. No recordaba que mi arcaica columna en el National Review tratara de "la lucha en la guerra de sexos", y la verdad, tras enviar a mi esposa por catálogo a buscarla al altillo no pude discernir ningún componente de "guerra entre sexos" en absoluto. No hay ninguna animadversión contra "la directora de seguridad aérea" a cuenta de su feminidad, lo cual solamente se puede deducir del hecho de que la mencione en femenino. El artículo trata del Estado intervencionista, y en lo que se refiere a cargar las tintas contra políticos en ejercicio es mucho más crítico con uno que resulta no ser una mujer, Dick Cheney y su éxtasis post-11 de Septiembre con las virtudes del Estado autoritario, que con Hillary, la directora de la seguridad aérea, o cualquier otra.

La izquierda feminista occidental es como esos tipos japoneses perdidos en una isla del Pacífico que no saben que la guerra ha terminado. Faludi no se ha enterado de que la guerra ha terminado y que ella ganó. Lo cual es el motivo, como señalaba en su libro Kate O' Beirne, de que las feministas americanas se hayan visto reducidas a quejarse de que "las mujeres suponen solamente el 1,3% de los fontaneros, los fresadores y los instaladores de aire acondicionado..." ¡Olé! Tal vez poner tuberías sea algo particularmente atractivo para los varones, y tal vez las chicas prefieran ser las impresionantes abogadas que demandan al contratista por no contratar las fontaneras suficientes: después de todo, el 60% de los licenciados universitarios norteamericanos de hoy son mujeres. Si es difícil encontrar a una fresadora es porque todas están en la Facultad de Derecho.

En la época en que Faludi detectaba opresión patriarcal de mi prosa en National Review, la patriarcal falocracia Bush-Blair estaba ocupada liberando Afganistán, un país en el que las mujeres tenían prohibido por ley sentir la luz del sol en su cara. Cuando señalaba eso en mis discursos, las erizadas feministas occidentales objetaban que los talibanes eran un régimen particularmente vil, pero muy lejano y no especialmente relevante. De acuerdo. Pero con todo lo que ha pasado en los seis últimos años ahora sabemos que ese mal distante que se encontraba en aquella lejana esquina del mapa se ha empotrado en el corazón de todas las ciudades occidentales. En todas las comunidades musulmanas del mundo se producen matrimonios forzados entre primos: en el 80% de las familias paquistaníes de Nueva York, los padres determinan con quién y cuándo te casarás; el 56% de los paquistaníes británicos están casados con un primo cercano, con hijas de edad tan reducida como los 11 años enviadas al extranjero a casarse. La Provincia de Ontario extiende cheques de la seguridad social a los varones polígamos por cada una de sus esposas, y el servicio canadiense de inmigración reconoce los matrimonios de conveniencia celebrados por teléfono. En los hospitales australianos existen "coordinadores de recursos para la castración femenina". En Holanda, las musulmanas son la mayoría de las residentes en centros para mujeres maltratadas. Hay "crímenes de honor" en Alemania y en Escandinavia, en Toronto y en Dallas.

Cuando son suficientemente atormentadas por David Horowitz y sus cuates, Faludi y sus hermanas pueden llegar a sentirse obligadas a expresar alguna objeción formal a los "crímenes de honor" y esas otras cosas islámicas. Pero sólo durante un momento; después vuelven a las preocupaciones miopes, aburridas y pueblerinas de siempre. Contraataque: la guerra no declarada contra la mujer tuvo que ser rebautizado para la edición de bolsillo como La guerra no declarada contra la mujer americana por temor a que alguien cuyas costumbres religiosas no hubieran estado acumulando polvo desde 1967 pudiera imaginarse que una importante feminista tuviera algo que decir acerca de "la guerra" que está siendo emprendida contra sus hermanas musulmanas en Dearborn y Portland y Montreal y Londres, Melbourne, Ámsterdam, Oslo y Berlín.

Entiendo que para Faludi yo siempre seré un repugnante varón patriarcal, como el padre de las comedias de los años 50. Pero hay algo no solamente aburrido sino grotesco en la incapacidad de las feministas occidentales a la hora de fijar prioridades. Parecen haber aceptado implícitamente una doble hermandad en la que las mujeres progresistas blancas de clase alta se quejan de la decepcionante misoginia de los columnistas de National Review al criticar a una funcionaria de la Administración Bush, mientras simultáneamente las mujeres del grupo de población de más rápido crecimiento en el mundo occidental son forzadas a ablaciones de clítoris, impelidas a llevar burkas, obligadas a casarse, constreñidas a la fuerza en alas psiquiátricas, reducidas a buscar un escondite... y, si todo lo anterior fracasa, coaccionadas para saltar del balcón de sus pisos por sus hermanos y padres para fallecer en la caída, como ha sucedido recientemente al menos a siete chicas musulmanas en Suecia.

Esta es la verdadera "guerra contra la mujer" en marcha a lo largo y ancho de todo el mundo occidental, pero, al igual que gran parte de la izquierda, la privilegiada y mimada hermandad feminista prefiere librar pseudo-batallas contra enemigos derrotados hace ya mucho tiempo.

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