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Charles Krauthammer

Mujeres contra negros, resumen de una lucha electoral

El optimista dirá que, cuando esto haya acabado, miraremos la lucha entre Clinton y Obama como el punto más bajo de la política de identidad y el comienzo de un giro en sentido contrario. El pesimista se limitará a votar a los republicanos.

Las elecciones pueden jugarse en el campo de la política, la personalidad o la identidad. La carrera entre Barack Obama y Hillary Clinton ciertamente no está relacionada con política. Las diferencias entre los dos son microscópicas.

Al principio no era así. El año pasado, cuando Hillary parecía ir directa a la coronación, decidió deliberadamente orientarse al centro. Asumió opiniones más moderadas sobre Irak, por ejemplo, y votó a favor de incluir al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán en la lista de organizaciones terroristas. Cuando empezó a sufrir las críticas por adoptar estas posturas provenientes de los demás candidatos y del núcleo activista del Partido Demócrata, y cuando su ventaja inicial comenzó a diluirse, giró rápidamente a la izquierda, terminando por ocupar precisamente el mismo espacio ideológico que Obama.

Sin más diferencias sustanciales entre uno y otro, la campaña Obama-Clinton se vio reducida a cuestiones de personalidad e identidad. No es un escenario ventajoso para Hillary. En una competición de personalidad con el fenómeno joven y carismático pierde por un margen amplio.

¿Qué podía hacer? En primer lugar, afinar la propia imagen. De ahí esa lágrima de New Hampshire y las muestras ocasionales de vulnerabilidad para ablandar su imagen. Funcionó durante un tiempo, pero es realmente difícil retocar una personalidad de buenas a primeras cuando se trata de la de alguien tan profundamente incrustado en la conciencia nacional como Clinton.

De modo que, si no puedes mejorarte a ti, mancha al competidor. De ahí los incesantes ataques diseñados para redefinir a Obama reduciéndolo al nivel de los simples mortales, es decir, el de Hillary. De ahí la sorpresa escrupulosamente calculada por parte de la campaña Clinton de que un asesor económico de Obama dijera a los canadienses que no prestasen demasiada atención al populismo anti-NAFTA del candidato o que Samantha Power comunicara a la BBC que no prestase demasiada atención a los presentes planes de retirada de Irak de Obama. El ataque se escribe sólo: está diciendo una cosa y haciendo otra. Y éste era el hombre que iba a traer una nueva forma de hacer política. Resulta ser como todo los demás, como Hillary.

Power, esa misma torpe consejera de política exterior, es luego sorprendida llamando monstruo a Hillary. La solicitud de dimisión logra enfocar la atención sobre el hecho de que la campaña de Obama (¡sorpresa!) también lanza invectivas. Y una referencia estratégica a Tony Rezko, el traficante de influencias de Chicago que en tiempos fuera jefe de Obama, le pone a Obama un tufo a corrupción por asociación.

Todos estos ataques tienen un efecto acumulativo. La obamamanía está empezando a diluirse. El carisma es intrínsecamente transitorio, pero los ataques de Hillary han logrado acelerar su desaparición. Así pues, si no hay asuntos políticos entre ellos y las diferencias de personalidad se han visto reducidas gradualmente, ¿qué nos queda? La identidad. Raza, edad y género. ¿Acaso trata esta campaña de algo más?

A nivel nacional, la mujer blanca de mayor edad se lleva el voto maduro, el voto blanco y el voto femenino. El hombre negro más joven se embaúla el voto joven, el voto negro y el voto masculino. Quizá fuera algo inevitable tratándose de la primera campaña en la que una mujer y un afroamericano tienen posibilidades serias de ocupar la presidencia. Pero recibió una gravedad significativa debido a las incursiones de Bill Clinton en política racial en Carolina del Sur. ¿Atizó deliberadamente Bill Clinton la polarización racial diciendo en Carolina del Sur que uno espera que las mujeres voten a Hillary y los negros a Obama? ¿O, después de las primarias, restando importancia a la victoria de Obama con aquello de que "Jesse Jackson ganó Carolina del Sur dos veces"?

Con Bill Clinton nunca se sabe. Y aunque no se pueda probar una relación entre causa y efecto, la sincronización es sorprendente. Dos semanas antes de las primarias de Carolina del Sur, Obama iba por delante de Hillary entre los negros solamente con el 53% frente al 30%. Diez días más tarde, Obama iba por delante de Hillary 59 a 25. El día de las elecciones, obtuvo el 78% del voto negro. Para el momento en que la campaña electoral alcanzó Mississippi, Obama estaba llevándose el 92% del voto negro. Pero sólo el 26% del voto blanco.

Los pilares del progresismo norteamericano –el Partido Demócrata, las universidades y los medios de masas– están obsesionados con los marcadores biológicos, sobre todo la raza y el sexo. Han insistido, de hecho, en que la pedagogía y la cultura y la política están igualmente monopolizadas por la primacía de estas distinciones y por los subsiguientes "privilegios" que presuntamente dominan cada aspecto de nuestras relaciones sociales.

Han conseguido lo que querían. Esta campaña de primarias representa la floración completa de la política identitaria. No es una imagen agradable. Geraldine Ferraro afirma que Obama está donde está solamente porque es negro. El profesor Orlando Patterson asegura que el anuncio de la llamada telefónica a las tres de la mañana no tiene que ver con ninguna crisis relacionada con política exterior, sino con una apelación subliminal de corte KKK al miedo a "los negros al acecho en los arbustos en torno a la sociedad blanca".

¡Demonios! El optimista dirá que, cuando esto haya acabado, miraremos la lucha entre Clinton y Obama y el desagradable final al que parece encaminarse como el punto más bajo de la política de identidad y el comienzo de un giro en sentido contrario. El pesimista se limitará a votar a los republicanos.

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