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El silencio de los corderos

Es posible que a muchos dirigentes del PP les gustase salir del armario bélico y gritar ahora que condenan la intervención del 2003. El problema es que no lo pueden hacer porque no encuentran argumentos.

En el quinto aniversario de la intervención militar en Irak que derrocó a Saddam Hussein no hubo nada más patético que el tratamiento dado a la fecha en nuestro bienamado país. La izquierda, satisfecha de sus resultados electorales, no ha hecho mucho ruido, pero sus voceros mediáticos sí: para ellos Irak y el caos es lo mismo. Persisten en su peculiar mitología, como que los norteamericanos ya no aguantan tanto muerto, desconociendo que en los últimos meses, por ejemplo, quienes creen en Estados Unidos que la guerra se va a ganar han pasado de ser el 43% al 54%, por citar un solo ejemplo. Pero es lógico. La izquierda infantil y vocinglera necesita que la guerra vaya mal y como es eso lo que más desean, ignoran la realidad para alimentar su indecoro.

Con todo, lo más preocupante no son las manipulaciones de los noalaguerra, lo más sangrante es el silencio de los centro-conservadores españoles, el silencio del PP. Sólo José María Aznar ha salido en defensa de una intervención noble y justa, legítima y legal, y en defensa de sus propias decisiones. Los demás le han dejado solo con el eco de sus palabras. ¿Es eso normal?

El PP tiene una cuenta pendiente con la guerra de Irak. En estos meses pasados, muchos de sus dirigentes han declarado abiertamente, o filtrado interesadamente, que no estuvieron de acuerdo con la decisión de su presidente. Algunos como Juan Costa han hablado de error. Y el propio Mariano Rajoy culpó al apoyo a la intervención el haber perdido a la juventud en el 2004.

Es posible que a muchos dirigentes del PP les gustase salir del armario bélico y gritar ahora que condenan la intervención del 2003. El problema es que no lo pueden hacer porque no encuentran argumentos. De hecho, los populares han argumentado, con tibieza, pero con lógica, que la guerra tuvo una causa justa, que no se mintió sobre las razones para derrocar a Saddam Hussein y que España hizo lo que debía (esto último con mayor tibieza si cabe).

El problema del PP estriba en que como nadie quiso hablar de Irak ni entre las elecciones de mayo de 2003 y las de marzo de 2004, ni desde entonces hasta hoy por el complejo de culpa alimentado por el PSOE, sus dirigentes no tienen discurso alguno sobre qué ha pasado desde entonces sobre el terreno. Por las razones que sean, todas ellas seguramente comprensibles, su sostenido silencio se ha entendido como una admisión de lo mal que iba Irak, de la derrota que iban a sufrir los norteamericanos.

Desde la superficialidad de lo que ofrecen las televisiones y el machacón discurso del Gobierno, el PP no ha sabido digerir Irak y ahora está incapacitado para ver la luz al final del túnel. El PP se ha quedado anclado donde al PSOE más le interesa. Debería urgentemente ponerse al día, analizar la evolución iraquí de los últimos meses y empezar a promover la idea de que la hora de la victoria está cada vez más cerca. Si la guerra acaba ganándose en los términos de Bush, el PP tiene mucho de lo que beneficiarse y mucho por lo que criticar a Rodríguez Zapatero. Sin una teoría sobre Irak, por el contrario, el PP está condenado a tragarse cuanto le echen los líderes del socialismo español.

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