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Gabriel Moris

Los explosivos que matan

En el atentado de la T-4 la gran masa demolida correspondía a materiales de construcción que pesaban toneladas, y sin mucha dificultad se pudo identificar la naturaleza del explosivo utilizado; es más, se dispuso de doscientas muestras para analizar.

Coincidiendo con los días grandes de la Semana Santa, hemos vuelto a sufrir los estragos de una explosión planificada y ejecutada por terroristas. Puede que también negociadores, pero siempre terroristas. No lo es sólo el que coloca, explosiona y celebra las consecuencias de sus actos vandálicos. Lo son también los que conciben, planifican, ordenan y explotan el éxito de sus acciones. Entre ellos encontraremos a los que poco después de multiplicar el dolor negociarán con los que se presten a escuchar sus demandas. Primero la bomba. Después, y con más fuerza, la negociación.

En cualquier caso, con negociación o sin ella, se supone que corresponde a nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad prevenir, minimizar y tratar de eliminar los riesgos. Dentro de esas acciones está la de identificar la naturaleza y el tipo de artefactos del que se sirven los terroristas para convertirnos en sus víctimas, en algunos casos, como en el mío y en el de mi familia, para el resto de nuestras vidas.

No obstante, y por desgracia, a pesar de que los españoles hemos acumulado una gran experiencia en la lucha contra el terrorismo, no siempre hemos podido acertar en el reconocimiento de la naturaleza de lo que tanto daño causó y causa. Como habrán podido suponer, me refiero a lo que no puedo olvidar. Según la sentencia que no logró explicarme qué asesino a mi hijo, "no conocemos el tipo de explosivo que se utilizó en los trenes, pero procedía de Mina Conchita". Sin embargo, a mi juicio tenía que haber reflejado que no ha quedado probado que la Goma 2 ECO que encontramos en la instrucción sirviese para volar cuatro trenes en Madrid.

Es cierto que se dispuso de mucho tiempo y de suficientes medios para conocer la naturaleza del explosivo del 11-M, pero parece que también lo es que no se quisieron utilizar. Tras el más salvaje atentado que hemos sufrido, se perpetraron, al menos, otros tres en los que se utilizaron explosivos:

  • En el atentado de la T-4 se cifró la cantidad éste en unos quinientos kilogramos. La naturaleza del mismo era, según la información periodística, una mezcla de amonal o amosal con un explosivo tipo C-4 a base de hexógeno.
  • El atentado del cuartel de la Guardia Civil de Durango, del que desconozco el explosivo utilizado.
  • Y el de la pasada semana en Calahorra.

Por tanto, en todos los atentados posteriores al 11-M, o se conoce con precisión el tipo de explosivo o se conocerá a no tardar mucho. Sin embargo, en ninguno de estos tres casos resultaba urgente y necesario reconocerlo. Al contrario de lo que ocurrió hace cuatro años, ahora nadie cuestiona la autoría.

Si mi afirmación anterior no es errónea, comprenderán que sienta la necesidad imperiosa de que alguien –del Gobierno o los gobiernos en funciones, del Parlamento, del Ministerio del Interior, del Poder Judicial o de quien demonios deba hacerlo– me explique los motivos por los que en un atentado de ese calibre, y después de

tanto tiempo, no se hayan hecho públicas las razones que nos han impedido conocer qué sirvió para causar tanto mal.

No nos vamos a conformar con que nos digan que la razón de tan descomunal desconocimiento responde a una de las muchas casualidades que según nos cuentan coincidieron en el 11-M. Al menos se nos reconocerá el derecho a identificar a quiénes, cuándo, y cómo incurrieron en las negligencias que nos han conducido a un callejón del que nadie nos muestra la salida. Alguien tendrá que contarnos qué castigo se impuso a los que aún no sabemos por qué nos impidieron conocer lo que en cualquier otro atentado se conoce a las pocas horas. Entre otras muchísimas dudas, convive conmigo la que se refiere a la decisión de ocultar los explosivos utilizados. ¿Quiénes lo decidieron? ¿Los autores de la masacre? ¿O acaso los que dicen que la investigaron?

Los que tienen la obligación de responder juraron decir la verdad. Los que sufriremos el resto de nuestra vida por los crímenes de marzo no olvidaremos su juramento. No podríamos. No nos servirán justificaciones más o menos técnicas que traten de explicar lo inexplicable.

La cantidad de explosivo utilizado en los trenes fue estimada en más de cien kilogramos y los restos del mismo se depositaron en superficies metálicas, vidrios, tejidos y plásticos. En dichas superficies no resulta difícil localizar y tomar las muestras depositadas.

En el atentado de la T-4 la gran masa demolida correspondía a materiales de construcción que pesaban toneladas, y sin mucha dificultad se pudo identificar la naturaleza del explosivo utilizado; es más, se dispuso de doscientas muestras para analizar. Sin embargo, en el caso de los trenes sólo se presentaron para analizar veintitrés muestras lavadas y sin sustrato suficiente. Es decir, no válidas analíticamente y sin que constara su cadena de custodia.

Creo que las comparaciones que he expuesto servirán para que cualquier persona honrada y con un mínimo de sentido común entienda que sean muchas las víctimas que, a pesar de la paciencia que han demostrado, crean que en las estaciones de El Pozo, de Atocha y de Santa Eugenia se obedeció desde el primer instante la orden de impedir que se conociera la naturaleza de los explosivos.

No tengo ningún inconveniente en confesarme hombre de fe que tiene como compañera inseparable a la esperanza. Ni el silencio ni el olvido ni las respuestas sin sentido impedirán que algún día sepamos quiénes y con qué destrozaron nuestras vidas. Que no lo olviden los que saben qué pasó en Madrid en la mañana del segundo jueves de marzo de 2004. El hombre es mucho más que un premio e infinitamente más que un ascenso. Todos conocemos la historia de Judas Iscariote. El remordimiento le llevó a devolver el dinero que le dieron por entregar a un inocente y ni siquiera así no pudo soportar el peso de su arrepentimiento. Permítanme recordar a quien corresponda la letra de una toná referida a Jesús y a Judas:

El mismo que te vendió,
murió de remordimiento.
Fue tan grande su traición
que de tanto sentimiento,
pudo alcanzar tu perdón.

En España

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