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Juan Carlos Girauta

El partido como patria

El curioso modo que tienen los populares de lanzarse dardos y clavarse dagas es reclamar una renovación del discurso. Reconozcamos que son los más educados.

Si hay que atender a la definición de Stuart Mill, que concebía la nacionalidad como "reunión de hombres atraídos por simpatías comunes que no existen entre ellos y otros hombres", no hay por estos pagos ni uno solo de esos artefactos. Siendo así que manejo una traducción, cabe la posibilidad de que el original dijera sympathy y se tratara más bien de una colectiva unión en la compasión. Sea como fuere, llevándose los pueblos de España a matar, no menos inquinas hallaremos en el interior de cada nacionalidad o región española.

Pero, al igual que para algunos la patria es la infancia, y para otros el idioma, para muchos no hay más patria que la formación política que les sustenta, les da abrigo y continuidad en la manduca y en el cargo, ya sonrían las urnas, ya caigan chuzos de punta. Por conservar tal abrigo (pues todos los políticos son conservadores de lo suyo) mudarán de nación, de principios y de lo que convenga. Y en esa patria de siglas, ay viejo Stuart, hallará el curioso menos simpatías y compasiones mutuas que en ningún otro lugar, palacio o cueva. El colmo del odio africano, el no va más de la tirria al prójimo se vive en el interior de dichos monstruos. La Constitución, al dictarles organización y funcionamiento democráticos, incurrió en uno de los chistes más graciosos del ordenamiento jurídico.

Quien lea la memoria del director de Comunicación de Pasqual Maragall sabrá de jugarretas y traiciones sin cuento, de las que fue generalmente víctima el ex presidente de la Generalidad y victimarios sus conmilitones, de Zeta a Iceta. Cuantos se asomen ahora mismo a la Esquerra descubrirán una guerra sin cuartel, de tal fragor que las facciones se han olvidado en las últimas semanas de insultar a España, que era su distracción, para ponerse a parir entre sí. Carod y Puigcercós sólo se avienen para amañar el próximo congreso, a fin de vetar el corral a otros gallos. El PNV, con las pugnas entre el lehendakari y el jefe del partido, o CiU, con la eterna liza entre sus dos mayúsculas, son otros tantos ejemplos de malestar crónico. Los comunistas, siempre tan desinteresados, han olvidado por completo la política para gestionar la urgencia de la subsistencia: sin grupo no hay dineros ni alegrías, ergo necesitamos grupo. Y todo así.

Lo del PP tiene tintes especiales, pues hace apenas media hora se han dado cuenta de que han perdido las elecciones. Zaplana, que es el más rápido, lo vio antes que nadie. Rajoy, en cuanto despierte, lo sabrá también. El curioso modo que tienen los populares de lanzarse dardos y clavarse dagas es reclamar una renovación del discurso. Reconozcamos que son los más educados.

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