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EDITORIAL

La decisión de Rajoy

La renuncia de Eduardo Zaplana a la portavocía del PP en el Congreso plantea una dificultad especial, puesto que la confianza directa del líder no basta para garantizar la constancia que se precisa para un puesto tan importante

Mucho nos ha hecho esperar Mariano Rajoy para anunciar, 24 horas antes de la constitución de la Mesa del Congreso de los Diputados, los nombres de las personas que dirigirán los grupos parlamentarios del PP, así como el nuevo organigrama de la cúpula de su partido. Poco ayuda a los intereses de los populares el incesante menudeo de rumores, pues esto sólo resta credibilidad a su mensaje y regala una vez más todo el protagonismo mediático al PSOE. Justo el tipo de errores que Rajoy debe corregir si no quiere desanimar a su electorado, cuya fidelidad no conviene dar por sentada.

Entre los nombres que se han barajado en los últimos días nos complace especialmente el de Manuel Pizarro como responsable del área económica en el Congreso. La articulación de un mensaje claro y unívoco sin cortocircuitos, demoras ni contradicciones será fundamental a la hora de ofrecer una alternativa a las medidas intervencionistas con que los socialistas pretenden afrontar la delicada situación de la economía española.

Es imprescindible que en esta legislatura el PP evite los problemas de coordinación entre Génova y las cámaras y entre los portavoces de los grupos parlamentarios y el grueso de los diputados y senadores que tanto daño hicieron al partido en el pasado. Así, a la hora de nombrar a los jefes de grupo Rajoy deberá atenerse a cualidades como experiencia, liderazgo y capacidad de trabajo para que espectáculos como la pérdida de votaciones por la ausencia de parlamentarios y los cambios de opinión repentinos (como en el caso del canon digital, por ejemplo) no vuelvan a producirse.

A este respecto, la renuncia de Eduardo Zaplana a la portavocía del PP en el Congreso plantea una dificultad especial, puesto que la confianza directa del líder no basta para garantizar la constancia que se precisa para un puesto tan importante y de tanta repercusión mediática. Como la última campaña electoral demostró, tener las ideas claras no es suficiente a la hora de ganar unas elecciones. También hay que saber explicar el porqué de lo que se defiende y cómo se traducen esos principios en políticas concretas. Esperamos que el nuevo jefe del grupo parlamentario sea consciente de ello y que no ceje en su empeño de exponer con claridad y concisión las alternativas de su partido a los proyectos del Gobierno y sus socios.

Por último, el fin de la duplicidad de funciones dentro del PP, con unos secretarios sectoriales a menudo ajenos a los trabajos de su partido en el Legislativo, es positivo siempre y cuando redunde en una mejora de la capacidad de respuesta ante las iniciativas y ataques de los socialistas y de sus medios afines. Dar la callada por respuesta y renunciar a tomar la iniciativa transmite una sensación de debilidad e impotencia que a la larga sólo genera frustración entre los votantes. Nada mejor para un Gobierno que una oposición lenta de reflejos y carente de ambición a la hora de ganarse la simpatía de sectores como los jóvenes y los desencantados con la gestión y la radicalidad de Rodríguez Zapatero. Esto no significa la renuncia a los principios, sino un mayor esfuerzo para definirlos.

Rajoy se enfrenta a una de las decisiones más importante de su carrera política. De sus aciertos y errores dependerá la deriva de un centro-derecha fortalecido, aunque derrotado en unas elecciones que han consolidado a Rodríguez Zapatero como líder indiscutible de la izquierda española. Un reto difícil para el PP, pero en ningún modo imposible mientras recuerde que en política no sólo importan lo que se defiende y quién lo hace, sino también cómo.

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