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Enrique Altamirano

Derecho de llevar velo en el cerebro

Nadie duda de que una mujer metida en un burka o un hombre de turbante y barba puedan aprender química, ser adiestrados en buenas prácticas agronómicas o diplomarse en mecánica dental. Pero la formación universitaria va cualitativamente más allá

Turquía está en proceso de marchar con todo vigor y decisión al medievo, volver al oscurantismo y a las viejas supersticiones. Recientemente, el Parlamento, por una mayoría sustancial, aprobó el derecho –si así puede llamarse– de las estudiantes universitarias a llevar velo dentro de los campus. Y del velo pueden luego pasar a los burkas, los gabanes que cubren a las musulmanas fundamentalistas de la cabeza a los pies con apenas un pequeño hueco para mirar el mundo.

La justificación para aprobar la ley es que nadie en Turquía, incluyendo las mujeres, "puede ser privado de su derecho a la enseñanza universitaria". Si una mujer no puede quitarse el velo por convicciones religiosas profundas y si portar el velo dentro de las universidades es prohibido por el principio de la separación entre el Estado y la religión (o el fanatismo), se cae en una contradicción. Y eso es precisamente lo que busca resolver la ley.

Pero el velo plantea otra interrogante: ¿es que puede un fanático recibir una formación académica en el sentido más noble del concepto? Nadie duda de que una mujer metida en un burka o un hombre de turbante y barba puedan aprender química, ser adiestrados en buenas prácticas agronómicas o diplomarse en mecánica dental. Pero la formación universitaria, académica, va cualitativamente más allá: la verdadera universidad desarrolla la capacidad crítica, el pensamiento lógico, la conciencia moral y la dimensión espiritual. Un país con las extraordinarias credenciales culturales, humanas e históricas como Turquía tiene grandes universidades y una plétora de pensadores, pero estos no se encuentran entre las pobres almas esclavizadas con el velo y ancladas en el siglo VI de nuestra era.

Para neutralizar a los islamistas, que son mayoría en el Congreso, los laicistas se concentraron por centenares de miles frente al mausoleo de Kemal Ataturk, el hombre que separó la religión del Estado, estableció las bases de la actual democracia turca, abolió las vestimentas musulmanas, incluyendo las barbas y velos, introdujo el alfabeto latino en sustitución del árabe y plantó la nación en el siglo XX. Turquía, empero, continúa siendo musulmana en un 90 por ciento y por tanto expuesta a que los fundamentalistas intenten derrumbar el esquema. Hasta hoy, la mayor garantía de la nación para mantener la sociedad laica son los militares.

La capacidad crítica, consistente en poder analizar una cuestión sin ataduras ideológicas o religiosas, es la base sobre la que se asienta el verdadero intelecto. A su vez, el pensamiento lógico tiene por fuerza que ceñirse a los postulados y exigencias de la lógica; no se puede decir que algo es y no es al mismo tiempo, o que el santón está de manera simultánea en Damasco y en Aleppo. El que por creencias religiosas, posturas políticas o pura estupidez rechace lo que la lógica le demuestra ser verdad está imposibilitado mentalmente de formarse como pensante. El rechazo al velo que ha regido la vida universitaria en Turquía no lo es tanto al tejido físico cuanto al vendaje mental.

Oscurantismo hay en todas las latitudes y afecta el trabajo en diez mil universidades. En Columbia, Nueva York, se permitió hablar a Ahmadineyad, el terrorista iraní, y le negaron podio a Rumsfeld. Piénsese lo que ocurre en muchas universidades de Latinoamérica, santuarios de la locura, templos de los absurdos, guaridas de fanáticos.

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