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Ignacio Villa

Desactivar a la oposición

En el PP deberían tomar buena nota de ello. Si entran en el juego de Zapatero serán convenientemente narcotizados. Es su estrategia, que le ha reportado unos resultados extraordinarios y que va a seguir empleando a su conveniencia.

Nunca un debate de investidura había levantado tanta expectación. Tampoco se había centrado nunca tanto el foco en el líder de la oposición. Es cierto que, en principio, la investidura del presidente del Gobierno sólo afectaría directamente a Rodríguez Zapatero y, por tanto, lo que más debiera ocuparnos es la posibilidad de que deba esperar a una segunda votación para que las Cortes le den su respaldo.  Pero también lo es que el largo silencio de Mariano Rajoy en este mes que ha transcurrido desde las elecciones ha provocado una expectación fuera de lo habitual ante lo que pueda decir el presidente del Partido Popular.

Lo que ha dejado la puerta abierta a todas las posibilidades es que Mariano Rajoy no haya desvelado cual va a ser la actitud de los populares en la votación del debate. Hace cuatro años votaron en contra, pero en esta ocasión parecen dudar entre la abstención y el voto negativo. Este interrogante inyecta una dosis de tensión a la que no estábamos acostumbrados en otras investiduras y que provoca que este debate tenga un componente poco habitual.

En la bancada popular se está viviendo una espera larga. Se quiere ver y escuchar a Mariano Rajoy. Quieren saber por que nueva estrategia de oposición optará, cuáles son sus prioridades de los próximos años y el nivel de exigencia al Gobierno con que desea impregnar la nueva legislatura. En esta ocasión, Rajoy no sólo deberá dar la réplica al presidente del Gobierno, sino sobre todo explicar a los suyos su disposición a hacer una oposición firme, clara y constante. Si renunciará a los complejos, a las cesiones ideológicas y a los brindis al sol. Si, en definitiva, hará una oposición que responda a las expectativas de los más de diez millones de votantes que han apoyado al Partido Popular en las elecciones del 9 de marzo.

Rajoy tiene ante él la tentación de la complicidad. En esa obsesión que algunos dirigentes populares tienen con ese centro esquivo al que nunca llegan, porque en su viaje la izquierda aprovecha para atraerlo hacia sí, algunos barajan la posibilidad de abstenerse. Es decir, una posición en la que el PP podría aceptar varios pactos de Estado que le pudiera ofrecer el PSOE y afrontar una legislatura dejándose llevar por la corriente. Es un peligro real. El PP puede caer en la trampa de aceptar que se desactive toda oposición a Zapatero. Sería un regalo al PSOE envuelto en un bonito estuche de buenas palabras, un lazo de grandes acuerdos incumplidos y una etiqueta de pequeños reproches sobre temas que no exciten al electorado.

Pero si algo hay que reconocerle a Rodríguez Zapatero es esa capacidad de neutralizar a sus socios parlamentarios. Los hechos así lo demuestran, y ERC, PNV o CiU lo han constatado estos últimos años. En el PP deberían tomar buena nota de ello. Si entran en el juego de Zapatero serán convenientemente narcotizados. Es su estrategia, que le ha reportado unos resultados extraordinarios y que va a seguir empleando a su conveniencia.

Este martes, Rajoy no se juega su futuro con Zapatero. En absoluto. Su futuro estará determinado por la capacidad de convencer a los suyos, ofreciendo un discurso sólido que permita definir cuál será su estrategia de oposición, una estrategia que por ahora se mantiene en la incógnita.

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