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EDITORIAL

Segadores de la historia y de la infancia

El problema está cuando se utilizan los himnos y la infancia, no para transmitir un sano, pacífico y abierto sentimiento de pertenencia, sino para inocular un nacionalismo tan excluyente, incivil y violento como el que destila ese himno de Els Segadors

El hecho de que a unos chiquillos catalanes se les haga cantar en una televisión autonómica el himno de Cataluña, no tendría, en principio, mayor o menor importancia a que unos niños andaluces o valencianos entonaran sus respectivos himnos autonómicos en Canal Sur o Canal Nou. El problema está cuando se utilizan los himnos, la infancia y la televisión pública no para transmitir un sano, pacífico y abierto sentimiento de pertenencia, sino para inocular un nacionalismo tan excluyente, incivil y violento como el que destila ese himno de Els Segadors que unos niños han cantado envueltos en una bandera catalana, con una mano en el corazón y con la otra empuñando una hoz, en el programa de TV3 de Julia Otero.

El problema está cuando, en lugar de un canto "por Andalucía, España y la Humanidad" o "per a ofrenar noves glories a Espanya", se hace entonar a los niños un canto que, "a bon cop de falç", rememora y ensalza una sangría tan espeluznante como aquella que perpetraron campesinos gerundenses en Barcelona durante la festividad del Corpus Christi de1640 –no por nada recordada como el Corpus de Sang–, y en la que fueron asesinados muchos castellanos y no pocos catalanes. El problema está cuando, además de cantar a la barbarie, se ignora lo caro que pagó Cataluña aquella sublevación contra la presencia en su suelo de los Tercios de Felipe IV, que se dirigían a luchar contra Francia, y que tuvo como consecuencia la anexión francesa de buena parte de la entonces Cataluña y la consiguiente prohibición de la lengua y de los fueros catalanes en esa parte que ya nunca volvió a ser España.

El problema está en que, mientras se impide cualquier manifestación de sentimiento español hasta el punto de que el himno nacional no pueda tener letra para no herir la sensibilidad de los nacionalistas, estos manipulan y utilizan a su antojo a la infancia, a la historia y a la televisión de todos para transmitir un nacionalismo tan sectario y fratricida como el que han logrado imponer como himno para toda Cataluña.

Julia Otero, para justificarse, ha recurrido a la hipocresía de pedir que "dejemos que los niños crezcan en paz, que ya habrá tiempo para que unos u otros o los de más allá les hielen el corazón, que diría Machado". ¿Y acaso vamos a conseguir esa paz para la infancia haciéndola cantar, con la hoz en una mano, a una violencia que ya debería helar el corazón a cualquiera de las Españas?

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