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José García Domínguez

Lejos de ZP la funesta manía de pensar

En este asunto a Zapatero le sucede lo mismo que a Montilla: los dos andan convencidos de que el español arribó por primera vez a Barcelona en un vagón de madera del expreso de Andalucía, allá por 1965 como muy tardísimo.

Ha leído tan poco, si es que alguna vez en su vida ha sostenido un libro entre las manos. Es tan flojito, tan ágrafo, tan ignorante, tan previsible siempre que corre a parapetarse tras el más común de lugares comunes con tal de intentar salir del paso. Es tan agotador refutar sus perogrulladas de colegial absentista y zascandil, sabiendo de antemano que de nada servirá el empeño. Es tan hijo de su tiempo.

En el debate de investidura, cuando la jefa moral de la oposición le recordó que España es el único país del mundo donde se persigue por ley al español, volvió a demostrarnos cuál es la exacta medida de su talla intelectual. Y es que al pobre no se le ocurrió otra gansada para justificar lo injustificable que balbucear algo sobre las "lenguas propias con historia". Al parecer, Zapatero se refería a uno, y sólo a uno, de los dos idiomas catalanes. Vaya usted, pues, a explicarle que el castellano es una de las lenguas propias de Cataluña, exactamente, desde el 15 de febrero de 1412, cuando alojado en las regias gargantas de los Trastámara consiguió sentarse en el trono de Aragón, convirtiéndose desde entonces en el idioma de la corte. Y después cuéntele que, ya desde principios del siglo XVII, su conocimiento se había extendido a prácticamente toda la población de Cataluña. Pero vaya a contárselo con paciencia: despacito, esdrujulizando y con el auxilio de un pizarrín. Porque en este asunto a Zapatero le sucede lo mismo que a Montilla: los dos andan convencidos de que el español arribó por primera vez a Barcelona en un vagón de madera del expreso de Andalucía, allá por 1965 como muy tardísimo.

Es tan felizmente inconsciente de la escala cósmica de todas las tonterías que dice, tan instintivamente fiel a aquel viejo lema de la universidad que Felipe V regalara a la muy noble y botiflera villa de Cervera: "Lejos, muy lejos de nosotros la funesta manía de pensar". Es tan... simple como un queso. Sólo a alguien así se le podría ocurrir avalar la mutilación del castellano con el peregrino argumento de que eso ha evitado que surjan "comunidades enfrentadas". Como si este triste rincón del Mediterráneo fuera el único lugar de España, de Europa y del mundo en el que conviven dos lenguas dentro de un mismo territorio. Como si existiese algún otro lugar en España, Europa o el mundo (Québec incluido, por cierto) donde se dé una situación de represión lingüística igual a la que se sufre hoy en Cataluña bajo la inmersión obligatoria.

Es tan la prueba del nueve de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.

En España

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