Hace cuatro años pronosticamos que con Zapatero nos esperaba una pesadilla orwelliana, y la verdad es que el recién reelegido presidente del Gobierno no nos ha dejado de dar la razón ni hasta en la hora de poner nombres y crear nuevos ministerios. No sabemos si al recién creado Ministerio de la Igualdad le acompañara en el futuro los ministerios de la Libertad y de la Fraternidad, pues, con Zapatero, nada se puede descartar, ni siquiera un departamento de la Verdad, de la Felicidad, del Progreso, del Talante o incluso del Bienestar Sexual. Lo único a lo que podemos aspirar los ciudadanos, a la espera de semejantes conquistas sociales, es que no resulten excesivamente intervencionistas ni demasiado caras a nuestros prosaicos y reaccionarios bolsillos.
Y es que mucho se podría alegar en favor de la igualdad ante la ley como uno de los fundamentos de cualquier sistema democrático o como uno de las principales salvaguardas para que ningún intento de igualación por ley trate de extirpar la fértil diversidad que caracteriza a una sociedad libre. Sin embargo, cuando un presidente de Gobierno se vanagloria, no de la capacidad intelectual o profesional de los ministros que ha escogido, sino de su sexo, la única reacción que cabe es la de recurrir al surrealismo, sin dejar de tener presente –eso sí– lo que nos va a costar la broma.
No sabemos todavía cuánto va a suponer para nuestros bolsillos el Ministerio de la Igualdad, lo que sabemos es que la igualdad es un imperativo de Justicia que no requiere de ministerio alguno, a no ser, claro está, que bajo el pabellón de la igualdad se quiera hacer a unos ciudadanos más "iguales" que otros.
Quedamos a la espera, que esto promete.
