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Mark Steyn

Gracias a los estúpidos paletos

Deberíamos agradecer a Dios (si me perdonan la expresión) que los estúpidos fanáticos por las armas de América no compartan el mismo cálculo racional sofisticado de "sus intereses" que Thomas Frank, Obama y el estamento político europeo.

Nuestra lección de hoy viene del compositor Frank Loesser: "Alabemos al señor y pasemos la munición". O, en palabras de Barack Obama y sus camaradas de San Francisco: Dios y armas. Loesser sacó la frase de Howell Forgy, un capellán naval en Pearl Harbor que recorrió las cubiertas del Nueva Orleans bajo el bombardeo japonés exhortando a sus camaradas. Cuando la frase llegó a oídos de Loesser, la convirtió en una canción de éxito de la Segunda Guerra Mundial:

Alabemos al señor y corramos a nuestros puestos
No nos podemos permitir quedarnos transpuestos...

Que algunos cantaban como "No nos podemos permitir ser políticos". De verdad que no. Los comentarios del senador Obama sobre los pobres palurdos rurales resentidos que "se aferran" a las armas y a Dios ciertamente son testimonio del esnobismo instintivo de buena parte de la clase política. Pero no deberíamos dejarlo pasar condenando simplemente la condescendencia elitista hacia los catetos. No, lo que Michelle Malkin llama Paletogate no es una mera cursilada, ni siquiera una declaración simplemente desafortunada. Es un ataque contra dos de las ventajas críticas que tiene Estados Unidos sobre la mayor parte del resto del mundo occidental. En las demás naciones desarrolladas del G7, nadie se aferra a Dios y las armas. Las armas les fueron arrebatadas, y los europeos renunciaron a asistir a la iglesia una vez que abrazaron al Gobierno Omnipotente como la nueva religión.

 ¿Cómo les ha ido? En comparación con Estados Unidos, Francia y Alemania llevan más o menos el último cuarto de siglo estancadas económicamente, viviendo con índices de paro permanentes significativamente superiores a los de Estados Unidos.

¿Les ha hecho eso menos "resentidos", como caracteriza Obama a esos rurales de Pennsylvania? No. En mi libro America Alone, que acaba de salir en edición de bolsillo y está disponible en todas las buenas librerías, me fijo en una encuesta mundial sobre optimismo: el 61 por ciento de los americanos era optimista sobre el futuro, frente al 29 por ciento de los franceses y el 15 por ciento de los alemanes. Fíese de un extranjero: según mi experiencia, los americanos son el pueblo menos "resentido" del mundo desarrollado. La Europa laica, libre de armas y partidaria del Gran Gobierno no parece haber hecho absolutamente nada por la felicidad de su pueblo. Considérese a modo de ejemplo las palabras de Keith Reade. No es un redactor de discursos de Obama, sino un columnista del Daily Mirror de Londres. Y el día después de las elecciones presidenciales de 2004 expresaba su frustración de una manera alarmantemente obamesca:

Si fuera votante de Kerry, no obstante, estaría profundamente enfurecido, no solamente por que hayan devuelto a Bush al poder, sino porque así permiten que el resto del mundo nos meta a todos en la misma categoría de catetos gilipollas. Estos que se creen superiores moralmente, partidarios de las armas, amantes del ejército, que se casan con sus hermanas y odian el aborto, a los homosexuales, a los extranjeros y a los inmigrantes sin pasaporte creen que Dios dio a América la polla más grande del mundo para poder mear sobre el resto de nosotros y hacer su país "libre y fuerte".

Bien, ése es ciertamente el motivo de que yo apoyara a Bush, pero no estoy seguro de que explique por completo al resto de los 62.039.073 campesinos incontinentes. Reade, no obstante, sí enumera provechosamente algunos de los rasgos característicos que separan a Estados Unidos del resto de Occidente. ¿"Superiores moralmente"? Si usted quiere una cultura popular que practique la fe indestructible en su propia superioridad moral, pruebe en Europa, especialmente cuando hablan de Estados Unidos: si discrepa usted con su sabiduría, es que tiene que ser idiota. Obama y un número ciertamente excesivo de demócratas se han tragado este engaño, pergeñado a fondo sobre todo en el libro de Thomas Frank ¿Qué pasa con Kansas?, cuyo argumento es que los electores del interior del país son demasiado lerdos (léase "catetos gilipollas") para votar según sus propios intereses.

Los europeos sí que "votaron según sus propios intereses" –léase Estado del Bienestar desde que nacen hasta que mueren, jornadas semanales de 35 horas, seis semanas de vacaciones pagadas, etcétera– y como resultado ahora se enfrentan a una tormenta perfecta de prestaciones sociales insostenibles, estancamiento económico y capital humano en caída libre, que les deja completamente indefensos demográficamente frente a unos niveles de inmigración inasumibles que conducen, día a día, a una islamización implacable. Deberíamos agradecer a Dios (si me perdonan la expresión) que los estúpidos fanáticos por las armas de América no compartan el mismo cálculo racional sofisticado de "sus intereses" que Thomas Frank, Obama, un gran número de demócratas y el estamento político europeo.

En cuanto a "poseer armas", muchos norteamericanos tienen armas porque son ciudadanos firmes e independientes, no súbditos dóciles de una permanente élite gobernante. La Segunda Enmienda es filosóficamente consecuente con la Primera Enmienda, a la que estoy más agradecido desde que el Congreso Islámico Canadiense decidiera demandarme por "discurso de odio". Ambas enmiendas encarnan el convencimiento de que la libertad no es un regalo del Estado y que su defensa no puede ser encargada exclusivamente al Gobierno.

Yo creo que una sociedad sana necesita tanto de Dios como de armas: se beneficia de la creencia en algún tipo de entidad superior a la vida en la tierra, y precisa de una ciudadanía independiente. Si prescinde de cualquiera de estos postulados paralelos, acabará aniquilado como la Europa de hoy en día, una Eutopía anticuada y empantanada en el desánimo. Hace algún tiempo me sorprendieron las palabras de Oscar van den Boogaard, un humanista homosexual holandés, lo cual viene a ser la tríada de lo euroguay. Analizando la creciente islamización del continente, concluía que le había llegado el final a la Europa que amaba, pero ¿qué podía hacer? "No soy un guerrero, pero ¿quién lo es? – decía con escepticismo –. Nunca he aprendido a luchar por mi libertad. Sólo se me ha dado bien disfrutarla."

Lo siento, pero no funciona así. Si usted no entiende que hay momentos en los que tendrá que luchar por ella, no la va a poder disfrutar mucho. A eso se reduce casi toda la lista de la compra de Keith Reade ("amantes del ejército", "poseedores de armas"). En cuanto a lo de "odiar a los homosexuales", es en la célebremente tolerante Ámsterdam de Oscar van den Boogaard donde están volviendo a tener lugar los ataques contra ellos: el editor del rotativo norteamericano homosexual Washington Blade fue apaleado en sus calles durante su última visita a los Países Bajos.

Dios y armas. Tal vez llegue el día en que una sociedad viable encuentre una panacea que le permita subsistir sin las dos cosas, pero el Gran Gobierno no lo es. Y hasta los complacientes demócratas progres tendrían que ser capaces de mirar al otro lado del océano y verlo. Pero claro, Obama pronunció su discurso en San Francisco, una ciudad demográficamente en declive a un ritmo que la hace apta para su ingreso en la Unión Europea. No hace falta irse a Kansas para encontrar parroquianos simplones.

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