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Juan Carlos Girauta

Un mortecino destello

Lo que acude a la memoria cuando pensamos en "el camino de hacer dinero" merced al estatus previamente adquirido en la cosa pública es, principalmente, una colección de destacados progres de todas las latitudes.

Se diría que Alfonso Guerra ha usado el nombre de Zaplana para retratar a Felipe González, porque ha clavado el perfil y el mecanismo: gana estatus con la política y, una vez está fuera de juego por el curso de los acontecimientos, toma "el camino de hacer dinero". Fidelidad hiperrealista de quien conoce al modelo como si lo hubiera parido. Tan reconocible es la figura del viejo gobernante sevillano que su antiguo número dos sólo podía atribuirle el rostro a Zaplana asegurando que así son los políticos "conservadores".

Dejando aparte que Zaplana no es un conservador sino un liberal (y en dicha condición radica la clave política de su marcha), lo que acude a la memoria cuando pensamos en "el camino de hacer dinero" merced al estatus previamente adquirido en la cosa pública es, principalmente, una colección de destacados progres de todas las latitudes. Con la particularidad de que muchos no han esperado a retirarse de la política activa para amasar fortuna.

De Gore al susodicho González, de Castro a los innumerables nombres del pelotazo felipista, de Daniel Ortega a cualquiera de los líderes marxistas africanos, el gobernante "progresista" sucumbe con extraordinaria facilidad a la tentación de llevárselo crudo, sea por las bravas, sea por la más aseada vía del aprovechamiento del prestigio, la apuntada por el gran hermano.

Con sus antecedentes familiares de venalidad y tráfico de influencias, Alfonso Guerra no debería mentar la palabra dinero. Seguramente confía en el olvido, en esa cortedad de la memoria española que permite rehacer hasta la caricatura cualquier pasado incómodo. Cuenta con ser apenas conocido como la mosca cojonera del PSOE, aquel que reprobaba el Estatuto catalán al punto de alentar la expectativa de una rebelión parlamentaria de cincuenta diputados socialistas y valientes, aquel que previamente había hurtado a Bono el liderazgo favoreciendo, con los balbases y el PSC, a un Zapatero a quien creía manejable don nadie, aquel que antes pasó por intelectual de la izquierda española, el que hablaba con Tierno en latín y lo sabía todo de Gustav Mahler y Antonio Machado. Aquel que siempre defrauda salvo cuando calumnia. Que sólo en la injuria logra ya algún brillo. Mortecino.

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