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Thomas Sowell

Las subvenciones salen caras

Una vez, el rector de una pequeña universidad me dijo que si el precio de la matrícula fuera asequible, incluso una institución del tamaño de la suya perdería cada año millones de dólares de dinero público.

¿Por qué son tan caras las universidades? Por dos razones principales: la primera es que la gente paga lo que le piden. La segunda es que hay pocos incentivos para que las universidades reduzcan el precio de sus matrículas.

Los partidarios de que el Estado proporcione subvenciones para ayudar a pagar el elevado precio de la universidad no parecen ser conscientes de que tal vez esos subsidios puedan haber sido los primeros en contribuir a la carestía de las matrículas. En cualquier tipo de intercambio económico, casi nunca tiene sentido cobrar un precio tan alto que sólo unos cuantos puedan permitírselo. Pero si el Estado está dispuesto a intervenir y a ayudar con cualquier matrícula "inasequible", ¿por qué no cobrar lo que nadie estaría dispuesto a pagar y hacer que el Tío Sam llegue y abone la diferencia? Una vez, el rector de una pequeña universidad me dijo que si el precio de la matrícula fuera asequible, incluso una institución del tamaño de la suya perdería cada año millones de dólares de dinero público.

En una situación normal de mercado, cada empresa que compite posee incentivos para bajar sus precios y así sustraerles oportunidades económicas a sus competidores y aumentar sus beneficios. Desgraciadamente, el mundo académico no es una situación de mercado normal. Algunos de los métodos para eliminar costes que cualquier empresa puede emplear no están al alcance de una universidad debido a las restricciones impuestas por las agencias de calidad y por la Asociación Americana de Profesores Universitarios.

Hubo un tiempo, allá por los sesenta, en que una carrera académica comenzaba cuando muchas, si no todas, las universidades hacían que sus profesores impartieran 12 horas de clases semanales por semestre y que algunos de ellos llegaran a las 15 horas. Pasar todo ese tiempo en un aula puede no parecer mucho a personas que trabajan entre 35 y 40 horas a la semana. Sin embargo, a las horas de clases hay que sumar el tiempo necesario para prepararlas, la corrección de exámenes y otras tareas misceláneas del campus. Incluso así, 12 horas semanales no es un ritmo mortal, especialmente para profesores que llevan varios años enseñando y que usan los apuntes de cursos anteriores para preparar las clases del año académico en vigor.

Pero lo que fue entonces no es ahora. Hoy en día, una carga lectiva de más de seis horas por semestre es considerada explotación laboral en muchos campus. Dicho sea de paso, puesto que las horas académicas duran 50 minutos, seis horas por semestre equivalen a cinco horas reales en el aula.

¿Por qué se consideró necesario reducir la carga lectiva a la mitad? Principalmente porque se esperaba que los profesores dedicaran más tiempo a la investigación. ¿Y por qué se consideró que la investigación era necesaria? Porque atrae dinero del Estado, de las fundaciones y de otras fuentes financieras. En muchos campus, un miembro del claustro no tiene ninguna posibilidad de ascenso a un puesto fijo a menos que aporte dinero para investigación a las arcas del campus.

Una vez que las seis horas semanales se ha convertido en la norma, una universidad determinada que intente ahorrar haciendo que sus profesores enseñen entre 9 y 12 horas podría tener problemas con la Asociación Americana de Profesores Universitarios y con las agencias de calidad. La acreditación concedida a la Facultad de Derecho de la Universidad de Colorado se vio en peligro simplemente porque no gastaba suficiente dinero en libros para su biblioteca, a pesar de que sus estudiantes aprobaban el examen del estado a la primera y con una nota superior a los de Harvard o Yale. Y es que los criterios usados por la mayoría de las agencias de calidad están basados más en los gastos que en los resultados de los estudiantes.

Por tanto, la competencia entre las instituciones académicas casi nunca se hace bajando los gastos corrientes a fin de rebajar la matrícula. Los incentivos actúan en sentido contrario. La competencia consiste en ofrecer actividades de ocio exclusivas, como salas comunes lujosas, boleras, wifi y residencias de estudiantes más cómodas. Nada de esto se traduce en una mejor formación. Pero las universidades seguirán vendiendo estas cosas mientras el consumidor, con la ayuda del Estado, las siga pagando.

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