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Antonio Sánchez-Gijón

El país más peligroso del mundo

Riedel nos cuenta cómo cualquier medida moderadora intentada por los Estados Unidos ante las arriesgadas iniciativas de Islamabad ha sido seguida de un repliegue de su diplomacia, porque las alternativas eran aún peores.

El 11 de mayo de hace diez años, la India ensayó, con una explosión, su arma nuclear. Exactamente dieciséis días después Pakistán hizo estallar cinco. Con anterioridad, India y Pakistán se habían enfrentado en dos guerras. Después de su paso al rango nuclear han mantenido una más (llamada "de Kargil", una zona montañosa de Cachemira, 1.000 muertos) y movilizado sus fuerzas en dos ocasiones, tras graves incidentes terroristas perpetrados por pakistaníes contra vidas e instituciones de la India. Esos terroristas, con estrechos lazos con los talibanes de Afganistán y Al-Qaeda, eran reclutados entre los grupos militantes patrocinados por los servicios secretos pakistaníes, el tenebroso Interservices Intelligence (ISI), para su empleo en Cachemira.

Precisamente el jefe del ISI, general Mamud Ahmed, se encontraba en Washington el 11 de septiembre del 2001, a la misma hora en que Al-Qaeda atacaba con cuatro aviones el territorio de los Estados Unidos, causando 3.200 víctimas mortales. El general Ahmed fue llamado de urgencia al departamento de Estado y allí el vicesecretario Richard Armitage le presentó un ultimátum: o Pakistán rompía su apoyo a los talibanes de Afganistán y ayudaba a los Estados Unidos a perseguir a Al-Qaeda, o sería considerado "estado enemigo".

Y es que para los norteamericanos el secuestro de los aviones sobre el cielo de los Estados Unidos tenía similitudes inconfundibles con el de un avión indio el 31 de diciembre del 2000 por terroristas pakistaníes, que exigieron, a cambio de la vida de los rehenes, la liberación de un grupo de correligionarios prisioneros en la India.

Esta historia, y el alarmante análisis que la acompaña, viene relatada por Bruce Riedel, un ex-alto funcionario de la CIA y asesor de tres presidentes sobre Asia del Sur, en el último número de Survival, del International Institute for Strategic Studies.

El análisis pone de manifiesto la estrechez de las opciones ofrecidas a la diplomacia de los Estados Unidos en sus tratos con Pakistán, un país atrasado, fracturado política y socialmente, y con unas ambiciones geopolíticas más allá de sus capacidades intelectuales, sociales y económicas. Todo ello gestionado por un estado y una administración disfuncionales, cómplice de ventas venales de tecnología nuclear a Libia, Corea del Norte e Irán.

Riedel nos cuenta cómo cualquier medida moderadora intentada por los Estados Unidos ante las arriesgadas iniciativas de Islamabad ha sido seguida de un repliegue de su diplomacia, porque las alternativas eran aún peores. Washington ha intervenido para prevenir un posible choque nuclear entre India y Pakistán en 1999 (por Kargil) y 2002 (ataque terrorista al parlamento de la India, el 13 de diciembre de 2001). Ofreció en su día paquetes de incentivos para que Pakistán no emprendiera la carrera nuclear, y cuando fueron rechazados empleó la diplomacia de sanciones.

Las sanciones fallaron cuando Islamabad se hizo con el arma nuclear, porque un Pakistán aislado era peor que uno "moderado" por la influencia norteamericana. Y Washington modernizó la fuerza aérea pakistaní. Así llegamos al ultimátum de Armitage, que fue aprovechado por Pakistán para hacer como que se plegaba a los requerimientos de Washington.

En octubre de 2001 los Estados Unidos habían lanzado la operación Enduring Freedom contra los talibanes, que causó la expulsión de éstos hacia los confines orientales del país, es decir, hacia Pakistán. Casualmente, el ejército pakistaní acababa de retirar sus fuerzas de su frontera occidental para hacer frente en la oriental a la movilización india motivada por el ya mencionado ataque contra el parlamento indio. Se trata de "un detalle que en su momento pasó desapercibido", dice Riedel.

El desguarnecimiento facilitó que Al-Qaeda y los talibanes se acuartelasen sin oposición en los territorios pakistaníes de las Provincias Noroccidentales y Baluchistán, limítrofes con Afganistán. Una vez más Washington no tuvo más remedio que contemporizar, y arrancar del general-presidente Musharraf un mínimo de colaboración para contener a los talibanes y Al-Qaeda en territorio pakistaní, al coste de 10.000 millones de dólares en cinco años. Lo que Musharraf y el ejército pakistaní consintieron a favor de los Estados Unidos y la Alianza Occidental fueron unas operaciones militares sospechosamente incompetentes (eso sí, con muchos soldados perdiendo la vida) contra los refugios talibanes, y algunas autorizaciones de sobrevuelo para operaciones de castigo a Al-Qaeda.

Hasta aquí he seguido básicamente a Riedel. Y ahora el análisis independiente de este escritor. Aunque el escenario político ha cambiado de arriba abajo en Pakistán a consecuencia del reciente triunfo electoral de fuerzas civiles, más el arrinconamiento y probable destitución del presidente Musharraf, el nuevo gobierno pakistaní impondrá a los Estados Unidos condiciones aún más onerosas para mantener el tinglado de su supuesta colaboración. Su primera toma de posición ha sido la apertura de negociaciones con las fuerzas que han dominado hasta ahora el campo político de las provincias occidentales, favorables a un entendimiento con los extremistas que apoyan a Al-Qaeda y a los talibanes. El nuevo lema es: desarrollo para las provincias occidentales, y así los extremistas se verán marginados por la población.

Pero oiga, ¿no va a costar esto mucho dinero? Hombre, claro; ya hemos hablado con los Estados Unidos y les hemos sacado la promesa de 150 millones de dólares anuales durante cinco años, para este fin. Ah, y que no olviden continuar su ayuda militar...

Aguarde, que hay un pero más: ¿van a abrir conversaciones con Baitulá Masud, al que ustedes mismos acusan de haber sido el organizador del asesinato de Benazir Butto, la líder del Partido Popular de Pakistán, en cuyo nombre gobiernan? Bueno, bueno..., hay que perdonar. Todo sea por el bien de Pakistán.

¿Y cuál es el bien de Pakistán? Desde luego, como dijo en su día el principal enemigo de la modesta ayuda que Musharraf le prestaba a los Estados Unidos, el ex-primer ministro Nawaz Sharif, "padre político" de la bomba y actual apoyo colateral a la coalición gobernante, el arma atómica es la prenda gracias a la cual Pakistán defiende "su honor" frente a una India nuclear. Y además, como en su día declaró Osama Ben Laden a Al-Yazira: "Alá os ha bendecido con el arma nuclear".

Por cierto, hay otra cosa que también puede ser una coincidencia, como lo del ataque al parlamento indio. El columnista David Ignatius acaba de informar en el Washington Post que en Afganistán empieza a observarse un vaciamiento de talibanes y militantes de Al-Qaeda, que aparentemente se han desplazado a Pakistán. ¿Será para beneficiarse de los planes de ayuda al desarrollo, financiados por los Estados Unidos?

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