No podía imaginarse Zapatero que la legislatura iba a comenzar con tanto sosiego, tranquilidad y parsimonia. Nadie mueve un dedo. El Gobierno sestea y la oposición calla, cómplice también de una siesta política que ya cumple dos meses. Sólo Rosa Diez ha levantado la voz; sólo la líder de UPyD ha sido capaz de cantarle al Ejecutivo las verdades sobre su inacción, ineptitud y nula gestión.
Dada esta realidad incuestionable, Rodríguez Zapatero es consciente de que ni siquiera necesita emplear sus habituales estrategias y mensajes abruptos y violentos. Ni sus objetivos ni sus obsesiones han cambiado. Pero ahora, después de cuatro años muy beligerantes, los socialistas saben que prolongar esa actitud en el tiempo deterioraría la imagen del Gobierno. Zapatero no ha cambiado en nada, pero ahora será más discreto e irá por la espalda.
El ejemplo más claro lo tenemos en el anuncio de la vicepresidenta sobre la reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa. De la Vega ya ha lanzado el primer aviso, en unos momentos en que la ingenuidad es la peor de las trampas. El Gobierno tiene como objetivo imponer la militancia obligatoria en su laicismo excluyente y corrosivo. Esta es sólo la primera advertencia de lo que se nos viene encima.
Y lo peor es que Zapatero lo tiene muy fácil. Nadie que le lleva la contraria. Por el momento, sólo Rosa Diez –en la medida de sus posibilidades– parece dispuesta a plantar cara al Gobierno y sus desmanes. Pero no el Partido Popular, que más allá de algunas afirmaciones propias del guión de la oposición, es incapaz de hacer frente a un Gobierno que sabe lo quiere y que no va a parar hasta conseguirlo.
Zapatero da la impresión de estar durmiendo; lo hace intencionadamente. No hace ruido ni con prisas, pero los objetivos siguen muy bien marcados. Y lo hace con la complicidad de la oposición.
