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Joan Valls

Nuestro pellejo de barro

Es hora de retroceder a 1975 e inundar las calles de España con un clamor de apoyo al pueblo saharaui y de condena al expansionismo marroquí, que es parte de nuestro retroceso lamentable en todos los órdenes. Salvar para salvarnos.

Quizá en Smara, Aaiún y otros campos de refugiados saharauis todos nos estemos jugando demasiadas cosas. Al fin y al cabo, desde hace más de tres décadas, el imperialismo marroquí es un espejo de nuestras miserias y el tiempo ya empieza a agotarse en ese gigantesco reloj de arena exiliada en el sur de Argelia.

Los reportajes sobre los campos de refugiados saharauis que inundan la red muestran la solidaridad de muchos españoles, que acuden a apoyar con su trabajo a un pueblo en el exilio. Pero también retratan, en una metáfora involuntaria de nuestra triste realidad como nación, el contraste entre la ausencia absoluta del Gobierno español y el carrusel de vehículos y materiales donados por las autonomías. En los restos exiliados de la antigua provincia española abandonada a su suerte, las islas Pitiusas, como Teruel, existen, mientras que el Gobierno de todos los españoles es menos que polvo del desierto. El abandono a este antiguo pedazo de España lo hemos vivido en infinidad de ocasiones, como en febrero de 2006, cuando 60.000 refugiados saharauis sufrieron, ante la indiferencia de la comunidad internacional, los efectos devastadores de las lluvias. El poeta saharaui Limam Boicha escribiría:

Y llegó el diluvio...
y desmoronó la mitad
de nuestro pellejo de barro.
Y nos dejó pasmado
con otra herida de guerra.

El desastre de lo que somos abarca otros muchos órdenes, aunque pocos son tan evidentes como el del idioma. Quienes una vez fueron españoles y siguen profesando su amor a nuestro país, a pesar de las terribles dificultades y de 33 años de exilio, mantienen el idioma español como segunda lengua. Toda una lección a algunas de nuestras autonomías. A todo ello es ajeno, por supuesto, el lamentable Instituto Cervantes, con sus sedes desparramadas por el francófilo Marruecos. La vida como una humillación absurda y continua a la Hispanidad desde nosotros mismos.

A nuestro pellejo de barro también se le agota el tiempo. Es hora de retroceder a 1975 e inundar las calles de España con un clamor de apoyo al pueblo saharaui y de condena al expansionismo marroquí, que es parte de nuestro retroceso lamentable en todos los órdenes. Salvar para salvarnos. Quizá sea la última oportunidad para que españoles de todas las ideologías comencemos a construir una opinión pública fuerte y exigente con cualquier Gobierno. Una opinión pública guiada, ante todo, por la búsqueda del bien común. Porque quizá sea nuestro último tren para regresar al futuro; el que empezamos a perder de tantas maneras el 14 de noviembre de 1975.

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