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José Enrique Rosendo

Zapatero, Ibarretxe y Rajoy

Conviene saber si el presidente del PP también se ha convertido en un alma cándida dispuesta a conceder el beneficio de la duda a los soberanistas de Sabino Arana o por el contrario se mantiene impertérrito en los principios de los que presumía.

Cuando este martes el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, reciba en Moncloa al lehendakari Ibarretxe, los focos van a recoger unas fotos, pero mi interés va a estar en otro sitio. En concreto, en la reacción que tenga Mariano Rajoy.

El presidente del Gobierno está en su derecho de recibir al lehendakari y a quien se tercie. Faltaría más. El problema es que Zapatero va a sentarse a hablar, de nuevo, con alguien que encabeza una coalición política que ha aprobado hace unos días en el Parlamento Vasco una declaración institucional culpando a la Guardia Civil nada menos que de practicar torturas. Y lo hace no ya sin pruebas de tipo alguno, sino, sobre todo, cuando el féretro del último guardia civil asesinado por ETA estaba aún caliente.

En este sentido, Rajoy debería haber sido mucho más exigente con Zapatero. Debería haber exigido que no recibiera a un Ibarretxe que miente y difama sobre un instituto armado que defiende la libertad de los españoles con sangre de héroes. El diálogo debe tener límites precisos. Sin embargo, el líder del PP, como nos tiene ya acostumbrados desde marzo pasado, no ha dicho gran cosa. De ahí que espere sus declaraciones como agua de mayo. Veremos, entonces, cuánta razón tiene o deja de tener María San Gil.

Porque lo cierto es que la visita de Ibarretxe a Zapatero es, cuanto menos, innecesaria. El presidente vasco insiste en su locura soberanista y cada día se parece más a los abertzales, algo que ni siquiera trata de disimular de cara a la opinión pública. El referéndum que tiene convocado para la autodeterminación es una afrenta a nuestro Estado de Derecho y un reto al propio sistema democrático español, cuyas instituciones tendrán que contestar con contundencia. Zapatero puede intentar dialogar una y mil veces con el lehendakari, pero lo cierto es que en todo caso será un diálogo de sordos, porque el vasco ha demostrado sobradamente que no está dispuesto a torcer el brazo.

Zapatero parece convencido de que la amenaza del referéndum obedece, en realidad, a que el PNV está perdiendo la hegemonía política en el País Vasco. Por eso se obstina en no darle argumentos al adversario sobre la supuesta intransigencia del "Gobierno de Madrid". Es, desde luego, una percepción benévola de los verdaderos intereses de los nacionalistas, que quieren exactamente lo que dicen querer.

De ahí la importancia de las declaraciones posteriores de Rajoy, porque conviene saber si el presidente del PP también se ha convertido en un alma cándida dispuesta a conceder el beneficio de la duda a los soberanistas de Sabino Arana; o por el contrario se mantiene impertérrito en aquellos principios previsibles de los que presumía en la reciente campaña electoral.

Todo esto tiene su trascendencia. Por primera vez desde la transición, las fuerzas (aparentemente) constitucionalistas tienen la opción cierta de obtener mayoría en el Parlamento de Vitoria tras las próximas elecciones autonómicas de finales de año o principios del siguiente. El PSOE debe hacer su papel. Pero el PP también tiene que cumplir con el suyo, que es, entre otras cosas, que María San Gil sea la candidata popular a la lehendekaritza.

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