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Pablo Molina

Al final fue una suerte que ganara Zapatero

Aznar, a estas alturas, debe estar considerando seriamente el amputarse de un tajo el dedo índice con que designó a su sucesor. Qué error, Josemari, qué inmenso error.

A pesar de que hay quien interpreta la actual crisis del PP en términos de lucha personal, los hechos vienen demostrando que el cambio de rumbo político del Partido Popular puesto en marcha tras perder las segundas elecciones generales consecutivas no obedece a una coyuntura política determinada ni a una táctica diseñada por motivos electorales. Se trata de una revolución estructural decidida hace tiempo, que va a convertir al PP en algo muy distinto de lo que decía y parecía ser antes del pasado nueve de marzo.

La decisión de Rajoy y su equipo (su equipazo, vaya) de adaptarse al cambio de régimen y gestionar su demolición dentro del consenso era, según vemos ahora, una determinación firme cualquiera que hubiera sido el resultado de las elecciones. Si el PP hubiera ganado estaría actuando exactamente igual que ahora lo hace desde la oposición, sólo que con responsabilidades distintas y varios miles de sorayos pisando moqueta. Esto último es lo único que hubiera podido moderar el estruendo de un partido que se dispone a demoler las bases sobre las que se fundó y en función de las cuales más de diez millones de españoles le otorgaron su confianza.

Ahora se descubre el embeleco, pero el problema fue nuestro, de los votantes y dirigentes regionales ajenos al cotarro de Génova 13, por no haberlo visto a tiempo y actuar en consecuencia.

En esta voladura sistemática sobra gente. Es el "tejido adiposo", que decía Arzallus cuando una parte de la tribu peneuvista se le sublevó. En el caso del PP es también necesario desprenderse de una parte de sus miembros, precisamente los que más admiración popular despiertan por su abnegada batalla contra los enemigos de la libertad. Estos referentes morales, como María San Gil y ahora Ortega Lara (¡Ortega Lara! Mariano, hijo, qué vergüenza) no tienen sitio en una organización cuyo líder ha decidido ponerse al servicio de todo aquello contra lo que han venido luchando desde hace décadas.

Por eso es mucho mejor que Zapatero ganara las elecciones. Así los votantes del PP no tienen que asistir al espectáculo de demolición nacional consensuado con el PSOE, viendo a su líder dirigir la brigada de excavadoras. Desde la oposición el sentimiento es quizás el mismo, pero el sonrojo menor.

Aznar, a estas alturas, debe estar considerando seriamente el amputarse de un tajo el dedo índice con que designó a su sucesor. Qué error, Josemari, qué inmenso error.

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