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Juan Carlos Girauta

El hombre que se creía sus mentiras

Entiendo por qué algunas personas que lo conocen bien sostienen en privado desde el principio de la crisis que hay que esperar a que se estrelle solo. Cosa que dan por segura.

El reducido grupo humano que se concentró el viernes al mediodía frente a la sede del PP es apenas una gota en el océano de indignación que ha provocado en las filas populares la constatación de que María San Gil Y Ortega Lara no caben en el nuevo proyecto del PP. Lo seguro es que no estaban allí para llamar "traidores" a los alcaldes que se reunían esa mañana con Rajoy, aunque esa fuera la conclusión del gran jefe, durillo de oído por lo visto, pues los manifestantes no usaron el plural.

Rajoy es un hombre capaz de contemplar impasible cómo abandonan la escena conmilitones de la importancia de Zaplana, Acebes o los antes citados, de oír voces de descontento que van de Aznar a Otaola, de Vidal-Quadras a Santiago Abascal, de Mayor Oreja a Álvarez-Cascos y de Esperanza Aguirre a todos los liberales que desde diversos medios de comunicación se han batido el cobre más que nadie para luchar contra una hegemonía progre que trataba al PP como un hatajo de apestados.

Y una vez ha comprobado los deletéreos efectos de su nueva línea política, no se le ocurre nada mejor que afirmar: "Tenemos que seguir sumando". Es como si las autoridades de la Bolsa de Nueva York hubieran lanzado tras el crack de octubre de 1929 el mensaje "Tenemos que seguir creando valor para los accionistas". O como si Elvis Presley, en 1977, en los peores momentos de su proceso de autodestrucción, hubiera afirmado "Tengo que seguir adelgazando". ¿En qué mundo vive Rajoy para insistir en el mantra de la dichosa suma cuando Francisco Álvarez-Cascos lo ha dejado inservible con una sola y demoledora frase?

En esa tónica de negación de la realidad, nos informa todavía de esta feliz noticia: "No tengo adversarios políticos dentro del PP". Caramba, menos mal. Por un momento habíamos pensado que se encontraba acorralado y encastillado con su equipo inane. Rajoy no tiene un pelo de tonto, simplemente rehúye el análisis de una situación adversa para entregarse al analgésico group thinking, la fatal distorsión protectora (e inútil) de un círculo íntimo cerrado a los estímulos externos; una compulsiva reafirmación en los errores de procesamiento de los datos de la realidad. Un dejarse alegrar los oídos con noticias tan buenas como falsas mientras el barco naufraga.

Primero se monta un congreso a su medida, sin legitimidad ni representatividad. Luego copa los avales para asombrar al mundo con una nueva edición del último congreso de Ceaucescu, donde los miles de compromisarios que aplaudieron durante horas eran, del primero al último, agentes de la Securitate. Lo remata urgiendo a los posibles descontentos a presentar su candidatura y, viendo que ni uno muerde el anzuelo que les arrastraría a una derrota segura, concluye al fin que no tiene adversarios políticos dentro del PP. Entiendo por qué algunas personas que lo conocen bien sostienen en privado desde el principio de la crisis que hay que esperar a que se estrelle solo. Cosa que dan por segura.

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