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José Vilas Nogueira

Rajoy y el viaje al centro de la nada

Tras una derrota electoral que podría ser disculpable, Rajoy raja. Un delirante exceso de soberbia lo ha enloquecido, revelando mañas navajeras impensables en un caballero.

En vísperas de la Revolución francesa, se llamó derecha a los individuos de la nobleza del "antiguo régimen" dispuestos a aceptar la modernización. Se llamó izquierda a los revolucionarios. Como la cultura judeocristiana esta dextro-orientada, ceder la derecha a los nobles reformistas fue un tributo a su superioridad "natural": el lado de la derecha es el lado de los elegidos. El abate Sieyès pudo liberarse del peso de la tradición, pero no todos los revolucionarios eran clérigos renegados. El genio retórico francés popularizó estas denominaciones, particularmente en la Europa continental. Ya nadie propugna el regreso al antiguo régimen, pero políticos y estudiosos siguen hablando tranquilamente de derecha e izquierda como dos hemisferios "naturales" de la política. Nadie sabe qué ignota academia concede estas contrapuestas titulaciones; nadie sabe en qué se diferencian. Muchas "izquierdas" coquetean con "derechos históricos", diferenciaciones estamentales, etc. Algunas "derechas" proclaman la vigencia de los ideales ilustrados.

En cualquier caso, ni en la Biblia ni en la Revolución francesa hay espacio intermedio. En el pasado siglo, Maurice Duverger, que también era francés, sentó categóricamente que el centro no existe en política. En una representación lineal del espacio político, como la que sugieren las imágenes de izquierda y derecha, el centro sólo es pensable como un punto de convergencia, determinado heterónomamente. En España se entendía la denominación de Unión de Centro Democrático; sugería una posición intermedia entre la derecha, partidaria de un régimen postfranquista, y la izquierda, postuladora de la "ruptura democrática". El partido acabó desastradamente y, en ausencia de una derecha democrática, la etiqueta de centro perdió su sentido. Bueno, estaba Fraga, siempre tan "modernizador" y siempre tan oportunista. El hombre se ha lamentado reiterada y amargamente de que Adolfo Suárez le robó la idea. Pero el "centro" de Fraga era un "centro franquista", una vía intermedia entre los continuistas y los reformistas de aquella familia.

Cuando Aznar refundó el Partido Popular, en lugar de acudir a una especificación ideológica clara del nuevo partido, tal como liberal-conservador, liberal-reformista, u otra semejante, se recurrió a la fácil estratagema del "centro-reformista", pensando ilusoriamente que las definiciones son gratis. Si la "izquierda" está superpoblada por socialistas, comunistas, nacionalistas, incluso ex vaticanistas (como los cínicos del PNV) y en la "derecha" no quiere situarse nadie, ¿qué lógica tiene que tú te reclames del (inexistente) centro? La lógica de Fraga, de Alberto Ruiz-Gallardón, etc., de los políticos por trayectoria, retórica y familia más próximos al franquismo. En el mundo al revés auspiciado por la casta política dominante, la palabra franquista, como la "derecha" y la "izquierda" son epítetos autosuficientes, sin otra funcionalidad que el insulto.

Tras una derrota electoral que podría ser disculpable, Rajoy raja. Un delirante exceso de soberbia lo ha enloquecido, revelando mañas navajeras impensables en un caballero. Algunos aduladores han debido embarcarle en un disparatado viaje al centro de la nada. Ya insulta a los que lo critican, invitándoles a abandonar el partido; ya amenaza a los votantes disconformes (no digamos a los periodistas críticos); ya pretende imponer su "incuestionable liderazgo" con sanciones disciplinarias a los miembros del partido. Fuera, los progres y los nacionalistas están encantados; Zapatero, feliz. Dentro, los "centristas" y los barones regionales, no te digo. Sólo es menester que Dios le ampare; más laicamente, que no le abandonen muchos votantes.

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