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Juan Carlos Girauta

La ministra de Igual da

A esta todo le da igual, sospecho. De ahí el cargo.

Con la ministra de Igual da (igual da esta que aquella, alfabetizada o no, con sentido del ridículo o sin él) ha cometido una injusticia el Congreso que no podemos tolerar. En la transcripción de su primera y única comparecencia, ya histórica, no aparece lo más importante: la inédita voz "miembra". ¿A qué tal mutilación? ¿Ha vuelto la censura? ¿Cómo entenderá la posteridad su invitación a incorporar el polémico vocablo al diccionario si empiezan por borrarlo?

Queda un rastro audiovisual, sí, pero los conspiradores pueden perfectamente acabar con él, destruir el material o volver a montarlo, sembrar la historia de pistas falsas y hacer que el investigador del futuro, cuando llegue el momento de glosar la grandiosa innovación zapaterina del ministerio de Igual da, se encuentre con una Aído que no es Aído, una señora con otra voz, otro acento, otro discurso y otras intenciones.

Ella misma, reconozcámoslo, ha contribuido a la confusión. Primero nos habla de canalizar la agresividad del hombre con un teléfono mágico; luego, en menos de veinticuatro horas, reconvierte la revolucionaria iniciativa en cosa bien distinta: una simple línea para dudas masculinas de carácter no especificado. Tanta indefinición posibilitará llamadas que van de la necesidad ("Oiga, que no sé cómo se tira la cadena del váter") a la caprichosa curiosidad ("Ayúdeme, por favor, no recuerdo los nombres de los autores de cada gol a Malta en diciembre del ochenta y tres").

En cuanto a la "miembra", más confusión: fíjense cómo al pronunciar el exótico sustantivo se ríe la ministra como diciendo "ya lo he soltado", hipótesis que se refuerza al saber que existen varias iniciativas de filólogas feministas obsesionadas con el miembro y su insoportable masculinidad. Uno preferiría que estas señoras no nos tocaran el miembro, pero al menos podíamos tomar el asunto como reivindicación, no como error. Pero acto seguido nos informa la ministra de cierto contagio centroamericano. (Ya se sabe que en aquellos países se habla de miembras continuamente, en todas las conversaciones.) Prevalece entonces la hipótesis del lapsus... hasta que, en un nuevo giro que ya empieza a marearnos, propone Aído (como se dijo supra) incorporar "miembra" al diccionario, provocando una subida de tensión entre los académicos, que ya no están para estos sustos.

Aclárese, Aído. ¿Erró o no? ¿Le basta con el miembro o quiere enriquecer el castellano con su imaginación flamenca y portentosa? ¿Será su línea telefónica un vertedero de insultos para aplacar iracundos o un teléfono de información variopinta exclusivo para hombres? Y si quiere llamar una mujer, ¿qué? ¡Hay que ver qué poco sentido de la igualdad! A esta todo le da igual, sospecho. De ahí el cargo.

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