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Carlos Jariod

Otro golpe a la libertad de educación

Es el Estado el que decide qué educación deben tener nuestros hijos, y la administración pública ha decidido que la coeducación es el único modelo aceptable para las familias.

La noticia la conocemos todos. El Tribunal Supremo ha dado la razón a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha contra una sentencia previa del Tribunal Superior de Albacete, por la cual éste rechazaba algunos artículos del decreto de admisión de alumnos del 2004. Gracias al Supremo, si el Gobierno de turno de una comunidad autónoma así lo desea, no se concertarán colegios en los que se separen a niños y niñas. Ni un euro para la educación diferenciada.

No entro en los detalles técnicos, jurídicos o pedagógicos, de la sentencia ni en las ventajas e inconvenientes de la coeducación y de la educación diferenciada. Deseo subrayar la cuestión de fondo. Lo que está sucediendo en España es un recorte progresivo y constante de la libertad que tienen los padres de educar a los hijos según sus valores.En España los padres no somos libres para educar a nuestros hijos. A partir de esta nueva sentencia del Supremo, quienes deseen para sus hijos una educación diferenciada y carezcan de suficientes recursos ya pueden echarse a temblar: dependerán de la voluntad política del Gobierno autonómico de turno. En Castilla-La Mancha sabemos que no habrá conciertos para esos colegios. En otras autonomías quizá sí. Una vez más tendremos más o menos derechos según donde vivamos dentro de este reino de taifas en que se ha convertido España.

Lo diré con otras palabras. Es el Estado el que decide qué educación deben tener nuestros hijos, y la administración pública ha decidido que la coeducación es el único modelo aceptable para las familias. Si hay padres que quieren otra forma de educar, que se la paguen con el dinero que les quede después de sufragar la educación de los demás. Y si no pueden, que se aguanten. Esta es la lógica propia de un Estado totalitario, que desconfía constantemente de la sociedad civil, refractaria a las libertades individuales.

Desde hace años el poder político ha asumido como tarea principal el control de la escuela. "Todo es política", afirmaba Gramsci. La izquierda tiene como necesidad imperiosa el dominio ideológico de la escuela, ante la mirada complaciente y bobalicona de la derecha. España es un ejemplo excelente a este respecto. Al menos desde la LOGSE, quizá desde la LODE, la izquierda postmarxista ideó un cuidadoso proyecto desestructurador de la escuela como institución cultural, junto con la elaboración de un nuevo modelo escolar con fines claramente políticos. Pocos lo vieron en su día. Casi veinte años después empezamos a comprobar hasta dónde nos ha conducido esta labor política de la izquierda en relación a la educación española.

Desde la instauración de la democracia encuentro al menos los siguientes jalones en este proceso de reconstrucción cultural de una nueva escuela. El primero de ellos es la extensión como único modelo educativo aceptable la escuela pública. Cuando escribo "aceptable" quiero decir "democrático, pluralista e igualitario". Frente a la escuela pública –del pueblo–, la escuela privada se presenta como elitista y clasista, generadora de privilegios. El modo de combatir este tipo de escuela ha sido doble. En primer lugar, desacreditarla culturalmente, argumentando que no está a la altura de los tiempos democráticos, donde la igualdad está reñida con el supuesto elitismo de la escuela privada. Pero, sobre todo, el modo en que la escuela privada ha perdido gran parte su identidad es mediante el concierto educativo.

Y es que el segundo jalón es éste: el concierto educativo ha sido el modo de difuminar el carácter propio de los centros privados haciendo que la administración pública intervenga directamente sobre la vida interna de esos centros. El modo en que la izquierda ha domesticado a la prestigiosa escuela católica ha sido mediante el concierto educativo. El debate sobre Educación para la Ciudadanía y la posición de la FERE es una prueba palpable de ello.

Neutralizada la gran enemiga, la escuela católica, falta el tercer jalón. Sin disimulos, se impone a todos un mismo modelo moral de enseñanza: la del Estado educador: Educación para la Ciudadanía, el nuevo catecismo izquierdista, que debemos aprender todos. Bien es verdad que los valores de esta nueva materia, de modo transversal, se enseñaban en los centros públicos desde hacía años. Pero las condiciones culturales ya están maduras: ya no se necesitan las caretas de la "transversalidad" y, sin tapujos, el Estado se nos presenta como el constructor de conciencias morales. Y el que se queje a la hoguera, como con los herejes de otros tiempos.

Entre los valores del nuevo catecismo está la igualdad de los sexos, una pieza más del igualitarismo de los nuevos catequistas del siglo XXI. Pues bien, en virtud de ese igualitarismo, el Supremo da la razón a un Gobierno que desprecia el derecho de los padres a educar a sus hijos.

Gramsci tenía claro que la cultura iba a ser el ámbito en el que se desarrollarían las nuevas formas de lucha de clases. Ámbito decisivo y principal. Y, dentro de la cultura, la institución escolar. La sorprendente sentencia del Supremo retrata hasta qué punto la nueva religión de Estado ha sido ya asumida por importantes instancias sociales. ¿Somos conscientes de la revolución cultural que se está preparando?

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