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Antonio Golmar

¡Menudo rollo!

A lo máximo que puede aspirar un votante es a ser objeto de alguna encuesta de esas que tanto gustan a la prensa: ¿a quién quieres más, a Rato o a Gallardón? ¿Qué te parece la barba de Rajoy? Y ahí se acaba la historia.

¿Qué es un partido político? La pregunta surge una y otra vez entre quienes contemplan atónitos la trayectoria del PP desde su última derrota electoral. ¿Por qué hacen lo que hacen?, se interrogan otros. Porque hacen lo que tienen que hacer, o al menos aquello para lo que fueron creados.

Según el economista y sociólogo Max Weber, un partido tiene como fin "proporcionar poder a sus dirigentes dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales". Conseguido y afianzado el poder al interior, todo lo demás puede esperar. Así son las cosas. ¿Y qué hay de los simples votantes? Bueno, en realidad "las masas no activamente asociadas... sólo son objetos de solicitación en épocas de elección y votación", según el alemán. Además, su opinión "sólo interesa como medio de orientación para el trabajo de reclutamiento del cuadro dirigente en los casos de lucha efectiva por el poder", aunque "regularmente permanecen ocultos".

Esto es, que a falta de primarias o algún procedimiento similar, a lo máximo que puede aspirar un votante es a ser objeto de alguna encuesta de esas que tanto gustan a la prensa: ¿a quién quieres más, a Rato o a Gallardón? ¿Qué te parece la barba de Rajoy? Y ahí se acaba la historia. En realidad queda la papeleta, pero si lo que más interesa es echar a los que gobiernan, las rabietas ante la urna pueden ser contraproducentes. A veces la honradez conlleva peligrosos efectos secundarios que sólo unos pocos se pueden permitir.

Robert Michels, otro sabio teutón preocupado por cuestiones similares, decía que "en los partidos democráticos de hoy los grandes conflictos de opinión son cada vez menos combatidos en el campo de las ideas", y por eso "degeneran cada vez más hacia luchas e invectivas personales, para plantearse por último sobre consideraciones de carácter puramente superficial". Sospecho que lo que ocurre en el PP es algo más que eso. No todo es una batalla personal. Lo que aquí se dirime trasciende el marketing político.

El problema es que a menudo las cuestiones de principios y las meramente personales se entrecruzan, de forma que los que hoy están aquí mañana estarán allá y viceversa. Basta examinar el historial de algunos que ahora defienden ciertas cosas o apoyan a ciertas personas y que no hace tanto se decantaban por lo contrario, o simplemente guardaban silencio, para verificar lo que Michels señaló de forma implacablemente cierta: "la aversión del partido se dirige no contra los oponentes de sus opiniones respecto al orden mundial, sino contra los temidos rivales en el campo político, contra quienes compiten por el mismo fin: el poder". Estén donde estén y sean quienes sean, añadiría yo. Poco importa que la rivalidad sea auténtica o imaginada o que el supuesto oponente no lo sea en realidad.

Pongamos que todavía no hablo del PP cuando digo que si un partido pierde de vista sus objetivos, se transforman en mera "organización" cuyo fin principal es mantenerse tal y como está. Y pobre de aquel que se atreva a cuestionarla. Permanezcan desatentos a sus pantallas este fin de semana. Pierdan el tiempo, descansen y tomen el sol. La historia no ha hecho sino empezar. Este aburrido prólogo y esta no menos tediosa columna son lo de menos. Perdonen ustedes.

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