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Emilio J. González

Un manto de silencio sobre la inflación

Montoro, vuelvo a recordarlo, decía recientemente que "la inflación de hoy es el paro de mañana". Pero ni el zapaterismo ni el marianismo proponen nada al respecto.

Si ya resulta preocupante de por sí el discurso oficial del Gobierno acerca de la crisis, una palabra que sigue vetada en el diccionario al uso de los miembros del Ejecutivo, más preocupante aún es ese consenso en el que parece que se han instalado el PSOE y el PP, los dos partidos mayoritarios de nuestro país, para no hablar de la inflación ni de lo que hay que hacer con ella.

En la reciente presentación del informe anual de la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, el propio presidente Zapatero esbozó un simulacro de medidas contra la crisis pero ninguna de ellas estaba pensada para atacar el fuerte crecimiento de los precios. En el Partido Popular ocurre tres cuartos de lo mismo. Recientemente, el portavoz del PP en la Comisión de Economía del Congreso, Cristóbal Montoro, dijo "la inflación de hoy es el paro de mañana". Yo diría más: la inflación golpea a los más débiles, a quienes tienen rentas más bajas, como los pensionistas y los mileuristas, porque su gasto se concentra en los productos que más se encarecen, el petróleo y los alimentos. Sin embargo, cuando Mariano Rajoy presentó sus propuestas para hacer frente a la crisis no dijo una sola palabra de lo que había que hacer para contener la escalada de los precios.

La cuestión, sin embargo, no es, precisamente, baladí. La economía española está entrando en una situación de estanflación, esto es, de estancamiento del crecimiento con inflación. Y no es que lo diga yo; es que esta misma semana el prestigioso y muy influyente Financial Times decía lo mismo pero aplicado al conjunto de la zona euro. Si tenemos en cuenta que, según los informes de la Comisión Europea, la inflación en España explica, por ahora, la mitad de la inflación en la Eurozona, el mensaje del salmón británico está claro y las cifras y previsiones así lo confirman. Recientemente, la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) pronosticaba un repunte de la tasa de crecimiento de los precios de consumo hasta el 5,4% en los próximos meses, lo que contradecía la tesis del Gobierno de que la inflación iba a remitir a partir de la primavera, en gran medida como consecuencia de ese truco estadístico llamado efecto escalón. Sin embargo, ni la inflación remite ni tiene el menor viso de hacerlo.

Prueba de ello es cómo se está gestando la segunda oleada de inflación a través de la evolución de los precios industriales, que el pasado mes de mayo se dispararon hasta el 7,9% interanual. Los precios industriales avanzan en, aproximadamente, seis meses, el comportamiento de la inflación y a través de ellos se está incorporando al conjunto de la economía el impacto de la subida tanto del petróleo como de los precios de los alimentos. Una subida que, lejos de remitir, puede ir a más.

El presidente de la OPEP, Chakib Khelil, ha pronosticado que los precios del crudo no van a bajar, a pesar del anuncio de Arabia Saudí, el principal exportador del mundo, de aumentar la producción, debido tanto a la situación del dólar y a circunstancias geopolíticas que escapan a la capacidad del cártel petrolero de actuar para estabilizar y reducir los precios. En este contexto, el Fondo Monetario Internacional estima que el barril de crudo podría alcanzar los 200 dólares a final de año. Estamos, pues, ante lo que ya hay quien denomina la tercera crisis del petróleo que, sin duda, tiene y tendrá un fuerte impacto en la inflación. Por su parte, la FAO, la organización de Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación estima que la crisis alimentaria no va a remitir hasta 2012 y que los precios de los alimentos todavía pueden incrementarse en torno al 80%, creando más problemas inflacionistas. ¿Qué dicen nuestros políticos al respecto? Poco o nada.

En este contexto de subida del crudo y de los alimentos, los políticos tendrían que estar hablando de verdaderas reformas económicas. Por ejemplo, para reducir la dependencia del crudo hay que empezar a hablar en serio de volver a la energía nuclear y potenciarla. También hay que referirse a la falta de competencia efectiva en la distribución de hidrocarburos. Y, desde luego, no se puede pasar por alto todo lo que tiene que ver con la liberalización del comercio y con la cadena que media entre agricultores, ganaderos y pescadores y los puntos de venta final de los alimentos, porque mientras sus precios en origen permanecen en mínimos, estancados o suben muy poco, en los puntos de venta las cosas son radicalmente distintas. Todo ello debe venir acompañado de una moderación del gasto público que elimine el déficit presupuestario o, al menos, lo contenga, lo cual es incompatible con tanta promesa y tanta propuesta de gasto público y, a corto plazo, puede que también de bajada de impuestos. Esta estrategia de reformas debe ser prioritaria porque en una situación de estanflación cualquier cosa que estimule el crecimiento económico dispara el de los precios, pero también porque se trata de un asunto de verdadera justicia social.

Hace algunos años, el hoy ministro de Industria, Miguel Sebastián, insistía en la importancia de la competitividad, de cuya pérdida culpaba al diferencial de inflación con la Unión Europea. Montoro, vuelvo a recordarlo, decía recientemente que "la inflación de hoy es el paro de mañana". Pero ni el zapaterismo ni el marianismo proponen nada al respecto. Están instalados en un consenso en el cual no se habla de lo que hay que hablar porque se trata de tomar medidas impopulares y, puede que también, dolorosas, pero del todo punto necesarias. Aquí nadie quiere ser el primero en proponer algo en este sentido para que el otro no le critique por ello. No obstante, puesto que ya han alcanzado un consenso informal para no hablar de ciertas cosas, ¿no sería mejor que lo hicieran precisamente para hablar de ellas y hacer lo que hay que hacer? Porque las cosas no están como para que la economía sea un arma arrojadiza en la lucha entre partidos, o para desarrollar estrategias de desgaste, sino para actuar con el fin de evitar que la crisis sea larga y muy dolorosa, como acaba de advertir el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que puede suceder si no se hace lo que hay que hacer.

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