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EDITORIAL

Así en Barcelona como en Valencia

La elegida es Alicia Sánchez Camacho, que perdió todo el crédito que había podido reunir en los últimos años como portavoz de Interior en el Congreso cuando colaboró con Soria y el simpático Lassalle en el intento de desacreditar a María San Gil.

La querencia búlgara del aparato de Génova no se está limitando al congreso nacional. Ya le hicieron una jugarreta a Carmelo Barrio para imponer un "candidato de consenso" en el País Vasco y ahora pretenden hacer lo propio en Cataluña. Rajoy quiere en las comunidades autónomas gobernadas por los nacionalistas líderes regionales completamente leales a él y que puedan cambiar de discurso según interese en Génova, sin que nadie dé ni la más mínima muestra de disenso.

Ana Mato y Javier Arenas se han puesto manos a la obra y tras "aconsejar" públicamente lo deseable que sería sustituir un congreso con varias alternativas por una candidatura única han pasado de la palabra a la acción. La elegida es Alicia Sánchez Camacho, que perdió todo el crédito que había podido reunir en los últimos años como portavoz de Interior en el Congreso cuando colaboró con Soria y el simpático Lassalle en el intento de desacreditar a María San Gil. Porque Camacho formaba parte del trío que redactó la ponencia y dio con el presidente del PP canario una rueda de prensa en la que negó que hubieran existido presiones para retirar las aportaciones de la todavía presidenta del PP vasco. Una mentira que acaba de verse generosamente recompensada.

Tanto Alberto Fernández Díaz como Daniel Sirera se han avenido a esta bulgarización del congreso del PP catalán, convirtiendo un hermoso ejercicio de democracia interna que tenía ilusionados a muchos militantes –tanto catalanes como del resto de España– en una nueva muestra del desprecio que se siente en Génova por los cientos de miles de españoles que pertenecen al PP. Si alguno quiso ver en la aceptación durante el congreso de un sistema un poco más abierto y democrático para la elección de los compromisarios y la presentación de candidaturas, a estas horas seguramente se haya desilusionado.

Desgraciadamente, debemos dar la razón a Rajoy de que el PP no ha cambiado, al menos en esto. El gallego ha optado por un aznarismo sin Aznar en el que sea él quien disponga quienes dirigen los destinos del partido en las distintas comunidades autónomas, al menos en las que no existe un líder fuerte y consolidado. Desgraciadamente, y al contrario que el anterior presidente del PP, no lo hace para modernizar el partido y retirar a viejas glorias que pudieran objetar al ideario liberal-conservador con el que obtuvo el poder, sino para carecer de dificultades cuando opte por traicionar los principios del partido.

Aznar explicó en el congreso de Valencia que primero venía la defensa de las ideas propias y luego, si se da el caso, los pactos. Carecer de principios claros por los que luchar lleva a renunciar de entrada a las mejores bazas para la negociación. Los nacionalistas pueden frotarse las manos: el principal escollo político que tenía el PUC, el Partido Unificado Catalanista, parece en vías de suicidarse. Queda el otro, el del fútbol. Rezando están para que España no gane el próximo Mundial de Sudáfrica.

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