Durante la comparecencia ante el pleno del Congreso de este miércoles, Zapatero ha perdido una oportunidad irrepetible para enmendar la inopia y la inacción del Gobierno ante la grave situación económica que atraviesa España. En sede parlamentaria, ante los representantes de los españoles, Zapatero ha evitado afrontar la realidad pronunciando un discurso triunfalista que es, se mire por donde se mire, una burla para todos los que han pasado a engrosar las listas del INEM, para los que ven peligrar su puesto de trabajo y para la gran mayoría de españoles que ya tienen dificultades para llegar a fin de mes.
Lejos de asumir responsabilidades, Zapatero ha justificado la actual no crisis en una situación económica exterior adversa. El jefe del Ejecutivo se ha escudado en la subida del precio del crudo, la crisis crediticia y la subida del Euribor (cuyo funcionamiento desconoce). Pero aun siendo esto cierto, la situación y perspectivas de otros países de la Unión Europea no admite comparaciones. El diferencial de inflación con la UE se ha incrementado hasta el 1,1 por ciento al tiempo que España ha pasado de crear empleo a destruirlo y superar la tasa de paro de la Eurozona en casi 3 puntos porcentuales. En este caso, el inquilino de la Moncloa no puede aferrarse si quiera al "consuelo de los tontos" ante el mal de muchos.
Frente a esta situación, la receta de Zapatero se ha limitado a sacarse de la manga una varita mágica en forma de gasto público que, según sus cálculos, pondrá fin a la actual “severa situación de deterioro”. Se trata de incurrir en medidas intervencionistas ya aplicadas en el pasado con resultados desastrosos que tan sólo agravarán y alargarán la crisis. Si el primer paso para atajar un problema es reconocer el mismo, el segundo es aplicar las medidas adecuadas. Y en una fase de recesión económica la medicina idónea se conoce y ya ha sido ensayada: austeridad en el gasto, rebaja de impuestos, desregulación y liberalización integral de la economía. En una palabra: Liberalismo de toda la vida, ni más, ni menos. Aunque, quizá, para alguien tan corto de entendederas como el presidente del Gobierno, que prefiere engañarse a sí mismo tratando de engañar, por el camino, a todo el país, algo tan simple puede llegar a ser algo total y absolutamente incomprensible.