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EDITORIAL

Un Irán nuclear capaz de atacar Occidente

El problema con el que puede encontrarse Occidente es que los viejos esquemas de la disuasión no funcionen con fanáticos religiosos que esperan una recompensa en el otro mundo y a los que, por tanto, no importa tanto desaparecer de éste.

Mientras en España seguimos gobernados por el apasionado promotor de la Alianza de las Civilizaciones, Irán continúa extendiendo sus amenazas. A las pruebas de misiles de largo alcance se ha sumado la advertencia de que "siempre tiene el dedo en el gatillo". Frente a la terrible posibilidad de un Irán armado nuclearmente y con capacidad de emplear bombas atómicas contra Israel o incluso Europa, Estados Unidos continúa trabajando tanto en la disuasión –con el tan discutido, por los progres, escudo antimisiles– como en la presión directa contra el régimen para que abandone sus pretensiones nucleares.

El problema con el que puede encontrarse Occidente es que los viejos esquemas de la disuasión no funcionen con fanáticos religiosos que esperan una recompensa en el otro mundo y a los que, por tanto, no importa tanto desaparecer de éste. Así pues, los israelíes se preparan para un ataque contra las instalaciones nucleares y esperan poder contar con la colaboración estadounidense. Sin embargo, el momento político en ambos países frena el proyecto, que sin duda no estaría exento de consecuencias, pero cuya credibilidad es necesaria incluso si se quiere que las negociaciones lleguen a algún fin, que no lo harán.

En este grave asunto no estaría de más que el Gobierno dejara de jugar al buenismo. Frente a esas estúpidas proclamas "por qué Irán no va a tener derecho a disponer de armas nucleares", como si las naciones tuvieran derechos como las personas, y que tanto se oyen en ámbitos izquierdistas, se impone un poco de seriedad y de responsabilidad. No es que España cuente mucho, especialmente desde que Zapatero desmanteló una política exterior diseñada para que nuestro país tuviera alguna importancia en la escena internacional, pero no estaría de más que dejara de enredar. Aunque sólo fuera para no dar vergüenza ajena.

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