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George Will

Honremos a nuestros caídos

Esto lo escribió el soldado de segunda Jesse Givens, de Fountain, Colorado: "Mi ángel, mi esposa, mi amor, si lees esto, es que no volveré a casa.... Perdóname, por favor, por dejarte sola."

"Las cortinas se abren. Vienen a la puerta. Lo saben. Siempre lo saben". Steve Beck, Comandante de los Marines.

En ocasiones Beck se demoraba en su vehículo, estacionado delante de un hogar americano, como el de los padres del soldado de primera Kyle Burns en Laramie, Wyoming. Beck sabe que, como escribe Jim Sheeler, cada segundo que espera "es un segundo más en su reloj durante el cual, para la familia del interior de la casa, todo sigue igual."

Beck, hoy teniente coronel Beck, era un CACO, un Marine destinado a la notificación de bajas cuyo deber consistía en informar al cónyuge o a los padres que su Marine había caído. Es el hilo escarlata (como el de las bandas de los pantalones de gala de los Marines que simbolizan la sangre derramada en combate) que conecta las sobrecogedoras historias de Saludo final: Un relato de vidas sin terminar, de Sheeler. El libro, que demuestra que la fórmula "periodismo literario" no es un oximoron, amplía las meticulosas y maravillosamente moduladas crónicas que hacía para el periódico Rocky Mountain News y por las que recibió un Premio Pulitzer. Trata de cómo América honra a sus soldados caídos.

Más exactamente, la obra versa sobre cómo los honra el ejército. La nación, como dice el sargento Marine Damon Cecil, "ha cambiado de canal." Aún así, Sheeler observa que aún así los civiles reciben vislumbres de información de aquellos que lo han sacrificado todo. Las imágenes se difunden cuando los caídos son escoltados a su hogar. Cuando el pasajero de una aerolínea, al observar el uniforme del escolta, preguntó si el sargento iba o venía de la guerra, él repitió las palabras que el ejército le había ordenado que dijera: "Acompaño a un Marine caído a la casa hasta su familia desde su puesto en Irak."

La situación. Según Sheeler, "cuando el avión aterrizó en Nevada, el sargento fue autorizado a desembarcar solo. Fuera, una formación desfilaba hacia el área de equipajes. El pasaje de la aerolínea no perdía detalle desde las ventanillas. Desde sus asientos del avión veían el vehículo fúnebre y a un Marine alargando una mano enfundada en guantes de gala dentro de una limusina. En la bodega de avión, los Marines envolvieron el ataúd con la bandera y lo colocaron sobre la cinta de desembarco. Dentro del avión, los pasajeros no pudieron escuchar los gritos".

El golpe de nudillos sobre la puerta de los parientes no es, dice Beck, "un punto al final en sus vidas. Es un punto y coma". A menudo, el personal militar desplegado en zonas de guerra en el extranjero deja o escribe cartas de "por si acaso". Esto lo escribió el soldado de segunda Jesse Givens, de Fountain, Colorado: "Mi ángel, mi esposa, mi amor, si lees esto, es que no volveré a casa.... Perdóname, por favor, por dejarte sola." A su hijo Dakota: "Siempre estaré en nuestro parque cuando sueñes para que aún podamos jugar juntos... Estaré en las luces, en las sombras, en los sueños y en las alegrías de tu vida." A su hijo aún no nacido: "Fuiste concebido por amor, y por amor vine a este terrible lugar."

El manual de los Marines que notifican las bajas reza que "Sirve de ayuda que el NOK (el pariente más cercano) se siente antes de darle la noticia... Habla con naturalidad y a un ritmo normal". Sin embargo, en ocasiones las cosas no se desarrollan según el manual. Doyla Lundstrom, de ascendencia india Lakota, no estaba en casa cuando se enteró de que unos hombres con uniforme habían ido a su casa. Llamó al padre de sus dos hijos, ambos de servicio en Irak, uno como Marine y el otro en infantería, y gritó a través de su teléfono móvil: "¿Cuál ha sido?." Había sido el Marine.

Sheeler dice que las tropas en zona de guerra disponen a menudo de correo electrónico y teléfonos vía satélite, de manera que cuando alguien es abatido las comunicaciones desde la zona se detienen para que los rumores no lleguen a sus seres queridos antes que los oficiales. "Tan pronto como recibimos la llamada," dice Beck, "corremos contrarreloj."

Cuando los Marines encargados de notificar bajas llegaron a la puerta de Sarah Walton, mi asistente en Arlington, Virgnia, ella no estaba en casa. Raramente olvidaba la norma de que el cónyuge de un soldado desplazado a zona de combate debe informar al ejército cuándo no va a estar en casa. Esta vez Sarah lo olvidó, así que al ejercito le costó localizarla en casa de sus padres en la localidad de Richmond.

Su marido, el teniente coronel Jim Walton, de la promoción de 1989 de la academia de West Point, fue abatido en Afganistán el 21 de junio. Esta semana estará de vuelta en Arlington junto a los restos mortales de los más de 300000 hombres y mujeres que descansan en los más de 600 acres donde siempre es el Día de los Caídos. Esta columna está escrita en su memoria y en honor a Sarah, quien compartió con él todos sus sacrificios.

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