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Thomas Sowell

¿Quedan obsoletos los hechos ante Obama?

La cuestión de cómo elevar la recaudación será un asunto económico, pero el asunto político es si dar una reprimenda a "los ricos" en nombre de la "justicia" hace ganar más votos.

En una campaña electoral en la que no sólo los jóvenes de izquierdas, sino también los que no son ni jóvenes ni de izquierdas, parecen completamente cautivados por la locuacidad de Barack Obama, los hechos han pasado a un segundo plano todavía más alejado de lo normal.

Mientras el mantra hipnótico de "cambio" se repite sin fin, pocas personas plantean siquiera la cuestión de si los pocos detalles que escuchamos suponen o no un cambio real, y mucho menos un cambio para mejor. ¿Subir los impuestos, incrementar el gasto público y demonizar a las empresas? Eso está sacado directamente del New Deal de los años 30. Entonces, el New Deal fue nuevo, pero hoy no lo es. Por otra parte, cada vez más economistas e historiadores llegan a la conclusión de que fueron esas políticas las que prolongaron la Gran Depresión.

¿Imponer nuevas limitaciones al comercio internacional para salvar puestos de trabajo americanos? Eso lo hizo el presidente Herbert Hoover al aplicar la legislación arancelaria Hawley-Smoot cuando la tasa de paro se encontraba en el 9%. Al año siguiente el índice de desempleo llegó al 16%. Antes de que hubiera terminado la Gran Depresión, el paro había alcanzado el 25%.

Una de las ideas más ingenuas es que los políticos intentan solucionar los problemas del país sólo porque ellos lo dicen, o porque lo dicen en alto y de modo sugerente. La principal prioridad de los políticos es solucionar su propio problema, que es cómo salir elegido y después reelegido. Barack Obama es el prototipo de político, aunque finja que la elección no sea su estrategia especial. Algunos de sus seguidores más devotos lo están descubriendo tarde. Mientras, él "refina" su posicionamiento en temas diversos ahora que ya ha recibido sus votos en las primarias demócratas y necesita los de otros en las próximas generales. Tal vez un momento definitorio que nos mostró las prioridades del senador Obama fue su declaración, en respuesta a una pregunta de Charles Gibson, de que estaba a favor de subir los impuestos sobre las ventas. Cuando Gibson le recordó el hecho bien documentado de que imposiciones fiscales más bajas han dado lugar a recaudaciones fiscales más elevadas, Obama permaneció impasible.

La cuestión de cómo elevar la recaudación será un asunto económico, pero el asunto político es si dar una reprimenda a "los ricos" en nombre de la "justicia" hace ganar más votos. Puesto que alrededor de la mitad de los habitantes de Estados Unidos posee acciones, bien directamente o porque sus fondos de pensiones se usan para adquirirlas, hacer pagar a la gente que registra ganancias con la venta de sus activos no equivale de ningún modo pagarlo sólo con "los ricos". Pero de nuevo, este es uno de los muchos datos que políticamente no importan. Lo que importa políticamente es la imagen que se proyecta al salir en defensa de "el pueblo" frente a "los privilegiados."

Si usted es una enfermera o un mecánico que dependerán de su plan de pensiones para estar cubierto cuando se jubile, pues es improbable que la Seguridad Social lo vaya a hacer, tal vez no se considere uno de los privilegiados. Pero a menos que se percate de la relación entre los impuestos a los ingresos generados por ventas y su paga de jubilación, puede ser presa del encanto de la píldora retórica bien dorada de Obama.

Obama está a favor aumentar el salario mínimo. ¿Alguien se molesta en comprobar lo que sucede en realidad en los países que tienen un salario mínimo alto? Por supuesto que no. Los economistas pueden señalar que los estudios realizados en todo el mundo demuestran que un salario mínimo elevado conlleva normalmente índices de desempleo más altos entre los trabajadores con menos formación y menos experiencia. Ese es su problema. El problema del político es cómo aparentar estar a favor de "los pobres" y contra quienes "los están explotando". Los hechos son irrelevantes a la hora de mantener esa imagen política.

En ninguna parte los hechos importan más que en los asuntos de política exterior. No hay nada más popular que la idea de que los peligros planteados por otras naciones se pueden confrontar hablando con sus líderes. El Primer Ministro británico Neville Chamberlain se hizo enormemente popular en los años 30 reuniéndose y hablando con Hitler, y anunciando además que su acuerdo había dado lugar a la "paz en nuestro tiempo" apenas un año antes de que comenzase la guerra más catastrófica de la historia. El Senador Obama puede ganar un renombre similar abogando hoy por políticas parecidas. Todo lo que le importa es su popularidad política. Las consecuencias para el país vendrán después.

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