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José María Marco

Toma consenso

¡Por fin estamos consensuados! Más aún, hemos llegado al hiperconsenso, aquel que no puede decir, como antes el amor nefando, qué es lo que consensúa.

Hasta ahora, las escenas del sofá en la Moncloa venían a suplir un consenso inexistente. Apenas se producen nunca en ningún otro país de lo que se llamaba nuestro entorno porque en esos países –¡tan cerca y tan lejos!, podría escribir Girauta– los grandes consensos están forjados de una vez por todas y a nadie se le ocurre ponerse a toquetearlos con sus sucias manos. En cambio, la última escena del sofá entre José Luis y Mariano –nuevos tiempos, nuevas costumbres– parece que augura una etapa inédita. Se despejan los negros nubarrones de la crispación y sobre nuestras ilusionadas cabezas se cierne la aurora radiante de un entendimiento feliz.

Una de las curiosidades de los consensos protagonizados por los socialistas es el mecanismo que los pone en marcha. Primero los socialistas rompen todos los consensos que no les sirven: la lucha antiterrorista, la nación, la familia... minucias, al fin y al cabo. Luego ponen el grito en el cielo acusando a sus adversarios políticos de no plegarse al consenso. (Porque en España uno se pliega, o le acaban plegando al consenso.) Y al final esos mismos adversarios agachan la cabeza y lo aceptan contentos, ansiosos por demostrar que no son ellos los fautores de la crispación. En el fondo, la escena del sofá de esta semana no resulta tan nueva. Es lo que venimos viviendo, salvo excepciones, desde el comienzo mismo de la Transición. Los socialistas practican el appeasement con todo el mundo menos con el partido de turno de la derecha, ahora el PP, que prefiere practicarlo con ellos.

La novedad radica en otro lado. Esta vez el consenso no se refiere a puntos explícitos sino a hechos silenciados. No se sabe que Rodríguez Zapatero y Rajoy hayan "debatido", como dice el primero, del derecho a hablar español y de la consiguiente obligación del Estado de impartir la enseñanza en esta lengua. No han hecho ninguna alusión al Pacto antiterrorista ni a la deslealtad del Gobierno socialista. El Pacto parece quedar derogado de facto, sustituido por unos puntos ambiguos y de orden general. Tampoco se precisa la composición de los llamados "órganos" judiciales, cuestión sobre la que se alcanza un acuerdo de principio sin más indicaciones, lo que lleva a obviar el contexto en el que esta renovación se produce, como es la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña...

Más que sobre contenidos concretos, que parece que el PP no quisiera hacer explícitos, se ha logrado un consenso sobre el propio consenso. ¡Por fin estamos consensuados! Más aún, hemos llegado al hiperconsenso, aquel que no puede decir, como antes el amor nefando, qué es lo que consensúa.

Sólo se echa de menos la consensuación –es decir, la acción de consensuar– allí donde a los socialistas no les interesaba eso de la felicidad compartida, como es la política económica. En todo lo demás, el PP ha cumplido.

En España

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