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EDITORIAL

El Grand Tour de Obama

El brillante trabajo de imagen llevado a cabo por sus asesores y la calurosa recepción de la que ha sido objeto contrastan con la vacuidad, trivialidad y mediocridad de sus expresiones publicas.

Entre la expectación y la simpatía de casi todos los medios europeos, el senador Barack Obama concluyo el sábado su gira internacional como candidato democrata in pectore a la presidencia de los EE.UU. Tras visitar a las tropas norteamericanas en Irak y Afganistán y pronunciar un tranquilizador discurso en Tel Aviv en el que afirmó su compromiso con Israel y no descartó ninguna medida para impedir que Irán disponga de armamento nuclear, Obama concluyó su gira en Europa. Berlín, París y Londres han sido las capitales elegidas para hacer llegar su mensaje de cambio. Sin embargo, las manifestaciones de quien podría ser el próximo presidente de su país han sabido a poco. El brillante trabajo de imagen llevado a cabo por sus asesores y la calurosa recepción de la que ha sido objeto contrastan con la vacuidad, trivialidad y mediocridad de sus expresiones publicas. 

Las limitaciones que conlleva su situación –aún no ha sido proclamado candidato a la Casa Blanca la lealtad institucional, que impide que un político norteamericano haga oposición a su presidente en el extranjero, y la cautela ante las previsibles críticas de los republicanos no han permitido a Obama dar a conocer sus ni planes mas allá de los buenos deseos. La forma en que el senador ha eludido las preguntas comprometedoras y el sumo cuidado que ha puesto a la hora de capear las referencias negativas al presidente Bush formuladas entre otros por el Nicolas Sarkozy indican que la fase europea de su viaje no ha sido más que una operación de relaciones públicas.

Ahora bien, la gira extranjera de Obama guarda íntima relación con una de las ideas fuerza de su campaña: El fin de los desacuerdos entre los EE.UU. y sus aliados europeos y el inicio de una etapa más amable en la que fenómenos como el anti-americanismo darán paso a la concordia perfecta entre el gigante americano y las potencias de Europa Occidental. Un objetivo que, además de poco realista (como el resto de los países, Estados Unidos perseguirá sus intereses nacionales aunque eso no guste a todos) implica culpabilizar al presidente Bush de todos los contratiempos diplomáticos surgidos a consecuencia de su política exterior y de seguridad.

Esta postura, minoritaria entre la opinión pública norteamericana a pesar de los esfuerzos del Partido Demócrata por retratar a George Bush como a un político perjudicial para su pueblo, podría ser lesiva para las aspiraciones de Obama, al colocarle al lado del sector más radical e impopular de su partido. Probablemente sea por esto que la cautela y la precaución han sido las notas dominantes de una gira saldada con un ligero empeoramiento de sus expectativas de voto. Por su parte, John McCain ha respondido a la ausencia del demócrata llevando a cabo una serie de actos electorales en locales públicos homónimos a las ciudades europeas visitadas por Obama. De esta forma, el senador republicano escenificaba su interés por los problemas reales de los norteamericanos y ponía en evidencia el elitismo y esnobismo del demócrata, mas preocupado por caer simpático a los europeos que a sus votantes potenciales.

El tiempo dirá si esta arriesgada iniciativa internacional de Obama sirve para compensar sus deficiencias –bisoñez, falta de experiencia internacional y desconocimiento de los principales escenarios de la lucha contra el terror- o le convierte en un nuevo ejemplo de candidato demócrata derrotado más por su desdén y distanciamiento de algunos aspectos de la cultura de su país que juzga desagradables que por sus rivales republicanos. Evitar los errores de sus antecesores en la carrera presidencial sí sería un cambio creíble. 

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