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Todo Obama

Lo que estremece a los republicanos es el espectro, posible y casi probable, de un Senado con 60 de sus 100 miembros demócratas. Muchas iniciativas requieren mayorías del 60%. 41 votos es una minoría de bloqueo.

Obama lo es todo, no hay experto o comentarista que dude de que las elecciones serán un referéndum acerca de su persona. Esto no es sorpresa, se ha ido viendo venir desde que comenzaron las primarias a principios de enero de este año. Pero sí ha lo sido la reunificación casi instantánea del campo demócrata. El partido temía que la perduración del encono entre fieles a Hillary y entusiastas de Obama arrojase una obscura sombra sobre sus, en principio, excelentes perspectivas electorales. Hillary aguantó hasta la última de las primarias y sus dos sucesivos reconocimientos de derrota fueron, primero: "vamos a ver si me voy", y pocos días después, "me voy del todo, pero si me necesitáis aquí estaré". Al día siguiente de su segunda (y definitiva con reparos) proclama, las encuestas de intención de voto registraron un fuerte repunte de Obama frente a su rival republicano, en algunos casos hasta los dos dígitos. Con el transcurso de las semanas, la ventaja sobre McCain se ha ido estabilizando en torno a los seis puntos. Delantera cómoda pero no imbatible. Últimamente en algunas encuestas no pasa de 3% de diferencia. En todo caso, Obama no ha superado en ningún momento el umbral del 50% de intención de voto. Otros predecesores demócratas ganaron sin franquearlo, pero no deja de ser un punto débil en la impresionante fortaleza obámica.

La solidez de esa fortaleza viene tanto del contexto político como de la imagen de sí mismo que ha conseguido dar. Por un lado el año es abrumadoramente demócrata. Un tercer mandato seguido republicano sólo se ha producido una vez desde 1945: los dos de Reagan y el único de Bush padre. Los electores demócratas tienden al cambio incluso cuando las cosas no van del todo mal. No digamos con un presidente que está en índices de aprobación del 30% y cuando sólo un 13% de los encuestados cree que, en conjunto, el país marcha en la dirección correcta.

A esto se añaden las desmesuradas esperanzas de cambio, obviamente para mejor, que Obama ha conseguido encarnar. Tal como están las cosas, él es el protagonista absoluto, y por tanto se trata de aceptarlo o rechazarlo. McCain tiene el papel secundario de antagonista. El agua que va a su molino es básicamente la del rechazo. Cuando las primarias comenzaron, se esperaba que Hillary fuese el punto focal del bando demócrata, pero a medida que el proceso fue desarrollándose resultó que sólo se beneficiaba del antiobamismo. Pero llegó casi al empate. Fue la presión del partido lo que le hizo desistir. De los que tienen decidido votar por Obama, el 44% dicen que lo harán entusiasmados, el 33% satisfechos y un 22% como mal menor. En el caso de McCain los porcentajes son 14, 42 y 43 respectivamente. Obama no necesita tanto vencer directamente al republicano como ganarse a los que dudan. En estas condiciones un 6% de ventaja no puede ser tranquilizador del todo. Los que dudan son muchos más.

El contexto político favorable le dará al partido del pollino una abrumadora mayoría en las cámaras. Recuérdese que en las elecciones del 4 de noviembre se renuevan, como cada dos años, la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Lo que estremece a los republicanos es el espectro, posible y casi probable, de un Senado con 60 de sus 100 miembros demócratas. Muchas iniciativas requieren mayorías del 60%. 41 votos es una minoría de bloqueo. Si los republicanos no lo consiguen están parlamentariamente perdidos.

El sentido democrático del electorado podría hacer el juego de McCain si se propusiese evitar una excesiva concentración de poderes, como la que tuvo Bush en su primer mandato y la primera mitad del segundo. Pero no parece que ese vaya a ser el factor decisivo. Todo el mundo sabe quién es McCain. Muchos todavía se preguntan quién es Obama. La respuesta decide.

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