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EDITORIAL

El empleo en caída libre

No sería exagerado pronosticar que, antes de lo que muchos se esperan, volvamos a los tres millones de parados que se convirtieron en el santo y seña de los Gobiernos de Felipe González

Seguir negando la crisis económica como intenta hacer el Gobierno en cuanto tiene un micrófono delante es, a estas alturas, caer en el ridículo más escandaloso. La inflación está desbocada por encima del 5%, haciendo a los españoles un poco más pobres cada mes que pasa. El desempleo, por su parte, no hace sino batir sus propias marcas, y eso a pesar de que el Gobierno trata en vano de maquillar el batacazo recurriendo a triquiñuelas estadísticas como la de ofrecer el promedio mensual de afiliación a la Seguridad Social en lugar de ese mismo dato a final de mes, que es el que siempre se había dado y que ahora se niega a los medios. Pero ya sea dando la última cifra o promediándolo mes a mes, el hecho es que cada vez se contrata a menos trabajadores y, los que ya tienen empleo, están empezando a perderlo a toda velocidad.

Los datos no dejan lugar a demasiadas dudas si se ponen en perspectiva histórica. Durante el pasado mes de julio el número de parados subió un 1,5% con respecto al mes anterior. Y no ha sido, precisamente, una subida aislada. El desempleo lleva cuatro meses consecutivos creciendo sin que la temporada veraniega, que suele venir acompañada de nuevos contratos de carácter temporal, haya conseguido poner freno a la destrucción sostenida de puestos de trabajo. En números contantes y sonantes, hay ahora en España casi dos millones y medio de personas inscritas en el INEM buscando un empleo. Para encontrar el antecedente más cercano en el tiempo habría que irse hasta la primavera de 1998, momento en el que el número de parados era similar al actual, pero con una pequeña diferencia: en aquel momento la tendencia era a la baja y hoy, desgraciadamente, es al alza.

Las recetas del Gobierno para atajar un orden de cosas tan perturbado consisten en no hacer nada, negar que exista un problema y, de puertas adentro, esperar que se resuelva por ensalmo mientras en el Ministerio de Economía acarician la válvula del gasto público, como si ésta tuviese un poder mágico para solucionar todos los apuros económicos en los que nos encontramos. Ese es, más o menos, el "paquete de medidas" que está tomando el Gobierno de Zapatero frente a la crisis. Presos de sus propias supercherías propagandísticas sobre el pleno empleo o de fantasías como superar a Alemania en un plazo de tres años, el Gobierno no sabe lo que hacer y actúa al tuntún con la esperanza puesta en que baje el precio del crudo y la coyuntura internacional mejore el año próximo.

El drama es que nuestros problemas no se deben sólo a la carestía del petróleo, a la fortaleza del euro o a la crisis crediticia mundial. España en los últimos años ha gastado mucha más riqueza de la que ha generado, y lo ha hecho, además, en sectores hinchados como el del ladrillo. Dormido en los laureles de un éxito y un crecimiento que no terminaba muy bien de explicarse, Zapatero ha perdido cuatro años preciosos, durante los cuales podrían haberse llevado a cabo reformas necesarias que la economía española estaba pidiendo a gritos. Reformas que hoy hubieran sido fundamentales para vadear la crisis cíclica en la que las principales economías del mundo acaban de entrar.

En resumidas cuentas, si en pleno verano, con el país lleno de millones de turistas extranjeros, el empleo se resiente, el panorama que se presenta para el otoño es aterrador. No sería exagerado pronosticar que, antes de lo que muchos se esperan, volvamos a los tres millones de parados que se convirtieron en el santo y seña de los gobiernos de Felipe González.

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