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EDITORIAL

El ejemplo Uribe

Uribe, emulando al mismo Reagan, ha demostrado una vez más que con el mal no se negocia, que al mal no se le apacigua, que al mal, en resumidas cuentas, se le derrota sin más.

Álvaro Uribe es una excepción, la gota de cordura liberal en el océano de locura colectivista que ha anegado media Hispanoamérica. Tomó las riendas hace seis años de un país desesperanzado, devastado por el terrorismo y el narcotráfico, y condenado a no prosperar jamás. En tan corto periodo de tiempo, nada en comparación con los 45 años que las FARC llevan haciendo la vida imposible a los colombianos, Álvaro Uribe ha dado la vuelta a la tortilla. La tiranía de la banda de asesinos comunistas emboscados en la selva ha ido a menos, tanto dentro como fuera de Colombia. La democracia, la prosperidad y la libertad, en cambio, han ido a más. Sólo en seis años y gracias a una sola persona.

El éxito de Uribe, que tuvo su día grande y confirmación inapelable con motivo de la liberación de Ingrid Betancourt, ha consistido en saber diferenciar la libertad de la servidumbre, dedicando todo el tiempo y la determinación que han hecho falta a promover la primera y aniquilar la segunda. En un país como Colombia, castigado desde hace medio siglo por el terrorismo más espantoso y, como consecuencia de ello, por una eterna crisis económica, el mal era fácilmente identificable, tan sólo hacía falta que un presidente se echase sobre los hombros la titánica tarea de hacerle frente. Uribe lo ha hecho y con todas sus fuerzas. Quizá porque él es una víctima más de la sinrazón revolucionaria de las FARC, o quizá porque, como hombre que ama la libertad y el imperio de la Ley, no podía dejar pasar la oportunidad de hacer prevalecer ambas durante su presidencia.

Uribe, emulando al mismo Reagan, ha demostrado una vez más que con el mal no se negocia, que al mal no se le apacigua, que al mal, en resumidas cuentas, se le derrota sin más. Ese ha sido y sigue siendo el pilar principal de su programa de Gobierno. Los resultados están a la vista. Las FARC se encuentran en uno de sus momentos más bajos, hostigados en la selva y con su antiguo e inexplicable prestigio internacional hecho añicos. La tarea, naturalmente, no está terminada y Uribe, tal y como ha confesado a Libertad Digital en una entrevista en exclusiva, es consciente de ello. Colombia no puede permitirse el lujo de dormirse en los laureles porque la pesadilla no tardaría en regresar.

Las FARC aún son capaces de hacer mucho daño, y lo están haciendo a través de los secuestrados que, en muchos casos, acumulan años de cautiverio. Su imagen internacional, aunque dañada, aun mantiene cierta aureola romántica, la misma que ha llevado a toda la izquierda europea a tolerar o, en el peor de los casos, a admirar a Fidel Castro, a Hugo Chávez o, más recientemente, a Evo Morales. La culebra, como bien dice Uribe, aún colea, aún está viva. Misión del presidente Uribe es acabar con ella, alejando para siempre un fantasma sanguinario que se ha cobrado un incalculable coste económico y, sobre todo y ante todo, humano. Si lo consigue y sus herederos terminan siendo la democracia y la libertad para Colombia, pasará a la Historia de los grandes estadistas y será un ejemplo para todo el mundo hispano, que merece muchos más hombres como él. 

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