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Walter Williams

Un país de ladrones

¿Por qué sigue habiendo pobreza? La respuesta obvia es que los pobres no están recibiendo todo el dinero que se gasta en su nombre. En realidad, el grueso del dinero es recibido por gente que está por encima de la línea de la pobreza.

Edgar K. Browning, profesor de económicas de la universidad Texas A&M, ha publicado un libro nuevo titulado apropiadamente Robar al prójimo. Su subtítulo, Cómo el Estado de bienestar les roba dinero y voluntad a los americanos describe el núcleo de la obra. Se trata del ascenso de la ideología del igualitarismo y de cómo esta ha conducido a los americanos a robar al prójimo. Browning explica que ciertos tipos de igualdad han sido valores apreciados en Estados Unidos. La igualdad ante la ley y, dentro de los márgenes de la razón, la igualdad de oportunidades son coherentes con una sociedad libre. La igualdad de resultados es anatema a una sociedad libre, y en su interior se encuentran las semillas de la tiranía.

Browning alimenta el debate sobre cuándo son justas o injustas las desigualdades. Por ejemplo, los licenciados universitarios obtienen sueldos más elevados que los que cuelgan los libros. Algunas personas prefieren trabajar muchas horas y ganar más que otras que desean trabajan menos. Los estudiantes que dedican 25 horas o más a la semana a preparar las clases obtienen notas más elevadas que los estudiantes que dedican cinco. La mayor parte estará de acuerdo en que estas desigualdades son justas. Hay otras fuentes de desigualdad injustas, como: cuando los resultados económicos se deben al fraude, la corrupción, el robo, la explotación, la opresión y similares. Tales fuentes de desigualdad juegan un papel insignificante en la producción de desigualdades económicas en América. La mayor parte de los economistas está de acuerdo en que la renta está íntimamente relacionada con la productividad.

Gran parte de la justificación del Estado del bienestar se basa en la reducción de la desigualdad de rentas mediante transferencias económicas a los pobres. Browning proporciona algunas estadísticas que nos ayudan a evaluar la sinceridad y la veracidad de esta afirmación. En 2005, los gastos totales en los niveles federal, estatal y local en 85 programas de ayuda social ascendieron a 620.000 millones de dólares. Este montante es superior al presupuesto nacional de defensa (495 mil millones) o al destinado a educación pública (472 mil millones). La estadística oficial de pobreza de 2005 era de 37 millones de personas. Eso significa que el gasto social por individuo pobre fue de 16.750 dólares, o 67.000 en el caso de una familia de cuatro miembros.

Estas cifras subestiman los gastos para mitigar la pobreza, ya que los pobres son receptores de programas cuyas prestaciones no son en metálico y que también proceden de las arcas públicas, como la Seguridad Social, Medicare, la caridad privada o la atención médica no remunerada. La cuestión que se plantea naturalmente es que si venimos gastando lo suficiente como para haber sacado de la pobreza a todo el mundo, ¿por qué sigue habiendo pobreza? La respuesta obvia es que los pobres no están recibiendo todo el dinero que se gasta en su nombre. En realidad el grueso del dinero está siendo recibido por gente que está por encima de la línea de la pobreza.

El capítulo de conclusión del libro de Browning nos dice lo que nos cuesta el Estado del bienestar. Reconoce costes no económicos como las violaciones de la libertad individual o el lastre sobre el proceso político, pero se centra en los costes económicos cuantitativos. Los efectos disuasorios a la innovación provocados por la Seguridad Social han reducido el PIB un 10%, y un 9% el impuesto federal sobre los ingresos (en contraste con un impuesto proporcional). Los déficit anteriores un 3,5%, hasta un total de 22,5%. Calcula que los programas sociales han reducido el PIB un 2,5% y que el impacto total de las políticas de redistribución ha dado lugar a incentivos que han reducido el PIB un total de un 25%. Sin eso, nuestro PIB rozaría los 18 trillones de dólares en vez de 14.

En conclusión, ¿cuál es la solución de Browning? En primer lugar, nos recuerda el mandato bíblico de "No robarás." Los programas de redistribución de la renta que lleva a cabo el Estado producen el mismo resultado que el robo. En la práctica, hacen lo que haría un ladrón, redistribuyen la riqueza. La diferencia entre el Estado y el robo es en su mayor parte un tecnicismo legal. La solución de Browning queda plasmada en el título de su último capítulo, Simplemente diga no, en el que propone que "El Gobierno federal no adopte ninguna política que transfiera los ingresos (los recursos) de unos americanos a otros". Este punto concuerda con James Madison, el padre de nuestra Constitución, que dijo, "No puedo ni ver ese artículo de la Constitución que concedía al Congreso el derecho a gastar el dinero de sus electores en caridad".

Durante años he utilizado el excelente libro de textoMicroeconomía: teoría de los precios y aplicacionesdel profesor Browning y su colega Mark A. Zupan en mi clase de microeconomía intermedia.Robar al prójimoes una continuación de su excelente labor académica.

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