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Juan Carlos Girauta

Una disonancia

Se presenta como experto, adopta posturas (corporales) de jefe, hace ademanes de dominio, mohines muy graciosos, la caricatura de un experto que estuviera buscando en su memoria vacía referentes doctrinales, historial, experiencia.

Ahora que todo el mundo sabe tanta psicología, advirtamos que el título no alude a la manida "disonancia cognitiva"; obviedad semejante no merece columna ni pestañeo: la íntima quiebra del progre nacional contemporáneo, su principal seña de identidad, no es noticia. Voy a una disonancia más simple, aunque menos explicable.

Hay conciencia común, también en el progre, de la coexistencia de varios discursos económicos. Dos de ellos –el de los técnicos independientes y el del Gobierno, que también tiene técnicos, pero más sometiditos– arrojan conclusiones y previsiones opuestas. La vieja dicotomía de la España real y la España oficial se ha refugiado en la ciencia lúgubre, cuya jerga ha alcanzado las barras de los bares, las barras de las tertulias, las dobles barras de los blogs y hasta las de labios, perdiendo cualquier rigor y precisión por el camino. Además de saber mucha psicología, los españoles echamos los dientes citando a Schumpeter. ¡Y sin esfuerzo!

La disonancia atañe al original sentido musical. El acorde no está bien formado. Andará el mundo lleno de presidentes de Gobierno que no rascan bola en materia económica. Pero el colectivo lego se va cerrando a medida que introducimos los otros atributos de Zapatero, el hombre sin (ver Musil): se presenta como experto, adopta posturas (corporales) de jefe, hace ademanes de dominio, mohines muy graciosos, la caricatura de un experto que estuviera buscando en su memoria vacía referentes doctrinales, historial, experiencias, una competencia para decir lo que dice y decidir lo que decide que conforman la mayor estafa jamás vista. Sabiendo la triste verdad, todos hacen como si el engaño surtiera efecto.

Luego se consultan los informes de los gabinetes de estudios, se escucha al catedrático de aquí, pero sobre todo de allá, se lee la prensa económica, se consideran los indicadores y se suman dos más dos. Lo que es peor, se considera la propia situación económica, se asiste a los lamentos del bancario, se desbrozan las argucias del banquero, se escudriña la prensa internacional, donde no llegan los tentáculos del sometimiento voluntario, un deporte español no olímpico. Y uno se marea, porque el acorde de la economía española nos patea el oído, el hígado, el bolsillo, el intelecto, la paz y la vergüenza. Sigan haciendo como que suena bien, sigan haciendo nada, tancredos.

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